Es la talla romántica de este vecino que aprendió las caligrafías redondilla, inglesa y gótica de su madre, pero que él engrandeció hasta convertir la afición en un arte de la estilográfica. Sin ánimo de lucro, confeccionó durante cuatro décadas todos los diplomas que se precien de belleza en Los Palacios y Villafranca, todas las portadas de pregones, muchas invitaciones de bodas y hasta filigranas escritas en el mundo de las cofradías.
Su letra preciosista, la han demandado siempre, incluso ahora que los ordenadores saben imitarla tan torpemente, "sin la gracia verdadera que es la de la imperfección", como dice él. Con su caligrafía escribió una historia de amor y para el amor.
Cuando le escribía a su novia, al vecino pueblo de Utrera, "le redactaba unas cartas como de soldado", tan básicas "que hacía la letra muy grande para dar la sensación de que escribía más". En realidad, tenía poco que decir y poco vocabulario que usar. Su letra bonita se hizo grande de veras cuando la literatura le abrió "un mundo de posibilidades", según confiesa, recordando como en muy poco tiempo se empapó de Miguel de Cervantes, de José Zorrilla, de Juan Valera... entre otros grandes de la palabra. Tanto leyó, que hoy demuestra el prodigio de saberse de memoria El Quijote o Don Juan Tenorio. Lo dice como quien se sabe una canción, y uno no se lo cree, hasta que lo oye recitar sus páginas sin ánimo de parar durante horas.
Las cartas a la novia mejoraron no sólo en forma y en fondo, sino que llegó a escribirlas al revés. "Yo se las escribía al revés porque me enteré de que su abuela las leía", cuenta. De manera que su novia las tenía que leer delante del espejo para entenderlas. "Se convirtió en algo cotidiano, hasta el punto de que una vez escribí la dirección en el sobre también al revés, y el cartero, extrañado, me devolvió la carta porque conocía mi letra", narra.
Escribir se convirtió muy pronto para él en un placentero ejercicio no sólo por lo que decía, sino por la auténtica virguería que era cada letra, construida concienzudamente con pluma y tintero. Escribía misivas "fantasiosas" de noche, que quemaba al amanecer.
Se convirtió pronto en un Cyrano de Bergerac para sus amigos y conocidos. "Gracias a mis cartas de amor se han casado varios solterones que iban a quedarse para vestir santos", reconoce, y cita en una interminable lista sus nombres y apellidos perfectamente reconocibles en este municipio del Bajo Guadalquivir.
En un principio, empezó escribiéndole a una vecina en nombre de un amigo. La joven se entusiasmó tanto con aquellas cartas que se levantaba de madrugada, esperándolas. "Lo peor es que yo también me entusiasmé con sus respuestas y me inquietaba...", admite con una sonrisa. Fueron los gajes de un oficio único escrito con la tinta del amor desde su casa.