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Macarena. Camino de plata en San Gil

Con la venia de la Virgen de la Esperanza y después de rendir honores al Señor del Gran Poder en San Lorenzo, los rocieros macarenos iniciaron su peregrinar en un año especial en el que conmemoran los 25 años de su fundación.

el 04 jun 2014 / 14:30 h.

Salida de la Hermandad del Rocio de la Macarena. Foto: Carlos Hernandez Salida de la Hermandad del Rocio de la Macarena. Foto: Carlos Hernandez (FOTOGALERÍA) La Macarena seguía apurando ese sueño de avemarías y emociones del que se empeña en no despertar. Al alba de este miércoles aún latían en sus calles las huellas de la Esperanza, reflejadas en guirnaldas y banderitas sobre un cielo de la calle San Luis que había pintado de bodas de plata rocieras lo que el sábado era un suspiro de oro por los 50 años de la coronación. Sólo cuatro días después, el barrio volvía a vestirse de fiesta, a colgar mantones de colores sobre la forja de sus balcones y a llenar de lágrimas los ojos del recuerdo de unos peregrinos que un año después volvían a ver cumplida la promesa de acompañar al bendito Simpecado macareno desde San Gil hasta El Rocío. Era un año muy especial para todos. «Nos acordamos mucho de aquellos que tienen que quedarse aquí», recordaba Manuel Rodríguez Lara, un rociero macareno de esos de toda la vida que se estrenaba como hermano mayor. Su cara era fiel reflejo de la responsabilidad y de la emoción. Él, que junto a su mujer Esperanza sabe mucho del sentido más profundo de este camino, apresuraba el andar de la carreta de plata por las calles del barrio para cumplir con los horarios previstos. Pero al margen de las formalidades, Manolo no podía ocultar la emoción de vivir las bodas de plata de esta hermandad del Rocío de la Macarena. Recuerdos de aquel diciembre de 1989 en el que comenzó a gestarse el sueño de unos peregrinos que este año tienen 25 razones por las que dar gracias a la Virgen. Una por cada camino que guardan como un recuerdo vivo en su retina. Salida de la Hermandad del Rocio de la Macarena. En la imagen el alcalde, Juan Ignacio Zoido, junto al concejal de Fiestas Mayores, Gregorio Serrano. Foto: Carlos Hernandez Salida de la Hermandad del Rocio de la Macarena. En la imagen el alcalde, Juan Ignacio Zoido, junto al concejal de Fiestas Mayores, Gregorio Serrano. Foto: Carlos Hernandez A las 7 de la mañana comenzaba la misa de romeros en la parroquia de San Gil. El aniversario congregaba en la salida al alcalde de Sevilla, al delegado de Fiestas Mayores y a la del Distrito Casco Antiguo, Amidea Navarro. La salve en el interior del templo era el preludio del inicio del camino. Cruzaba el Simpecado el dintel de San Gil y el silencio que enmudecía la plaza se transformaba en vivas y palmas que acompañaban al coro de la hermandad. Arropada por numerosos vecinos, la carreta comenzaba a recorrer las calles de la Macarena exornada con una amplia variedad de flores entre las que predominaban las astromenias, buganvillas, ping pong y rosas cantillana que coloreaban la plata de los varales. En uno de ellos, una medalla de la Macarena recordaba las bodas de oro de la coronación de la Virgen de la Esperanza. Era el momento de despedirse de la madre ante de iniciar un camino que les llevaría a volver a verla. Uno a uno, todos los peregrinos se postraban ante la Macarena en el interior de la Basílica. Entraban con una sonrisa y salían con los ojos vidriosos después de haber cruzado con Ella la mirada. Lo que había pasado entre ellos quedaba en el corazón de la Virgen. Mientras repicaban las campanas de la espadaña, la carreta cruzaba el Arco y rendía visita a la Esperanza en la Basílica. El sueño de oro del mes de mayo se vestía de plata en un Simpecado al que la Macarena despedía desde su camarín. Eran sólo los primeros instantes del camino y ya costaba contener la emoción. José Luis Martínez, prioste de la hermandad, subía en la carreta de plata a la pequeña Ana que vivía su primer Rocío. O el segundo, porque sus padres aún recuerdan que nació hace poco más de un año justo el día en la que hermandad regresaba a San Gil. Era la tercera generación de una familia que había aprendido a amar a la Virgen del Rocío con la Macarena. Su padre, emocionado, la recogía en sus brazos después de haber sido bendecida por el Simpecado. «Creo que lloraremos, reiremos y daremos gracias», contaba soñando el momento en que los tres se postrarán ante la Blanca Paloma. Mientras Ana cerraba los ojos y se dormía junto a su madre, su abuelo, el más veterano de estas tres generaciones lo tenía claro. «Nunca voy a olvidar este momento. Jamás pensé que haría el camino y menos con mi nieta». Sin tiempo para la melancolía, la carreta avanzaba por el recorrido que la despedía del barrio. Bécquer, Feria, Correduría, Trajano... calles que ayer despertaban con aroma a romero y cantes por sevillanas. A las nueve de la mañana, la hermandad rendía honores al Señor de Sevilla antes de marcharse de la ciudad. El contraste se apoderaba de San Lorenzo. Al fondo de la Basílica, el Gran Poder –«el hijo de la Esperanza», como lo bautizaron en los vivas– miraba de frente al Simpecado verde y oro macareno. La salve y las campanas competían en piropos a la Madre de Dios. No había demasiado tiempo y la carreta se marchaba no sin antes volver a parar en San Lorenzo en cuya puerta se daban cita las hermandades de la parroquia. En poco menos de dos horas desde que saliera de San Gil los peregrinos cruzaban el puente de la Cartuja para buscar el Aljarafe. En Torneo esperaba al Simpecado una representación de la hermandad de la Resurrección que entregaba una vela de la candelería del palio de la Aurora para que alumbrara una noche del camino. El orfebre Juan Borrero, autor de la carreta de plata, también se acercaba a despedir a la hermandad. Llenos de Esperanza comenzaba el verdadero camino para estos macarenos. La recompensa será volver a ver a la Virgen del Rocío con 25 rezos de plata.

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