Cultura

Cancanilla le quita el paletón a Joaquín el de la Paula

No sé qué tiene el castillo árabe de Alcalá que tanto gusta a los flamencos. A mí que, aun siendo un pésimo rapsoda, me inspiró esta copla por soleá: Al castillo yo subí/ a buscar la luz del alba/ y me encontré con Joaquín/ con Joaquín el de la Paula. Este gitano estaba siempre tiritando de frío, pero dicen que cantaba por soleá como nadie.

el 16 sep 2009 / 04:56 h.

No sé qué tiene el castillo árabe de Alcalá que tanto gusta a los flamencos. A mí que, aun siendo un pésimo rapsoda, me inspiró esta copla por soleá: Al castillo yo subí/ a buscar la luz del alba/ y me encontré con Joaquín/ con Joaquín el de la Paula. Este gitano estaba siempre tiritando de frío, pero dicen que cantaba por soleá como nadie. El sábado, cuando el aficionado local Antonio Solís cantaba sus soleares con gusto extraordinario, reflexioné sobre el legado del ilustre calé y entendí que no sólo nos dejó sus soleares gitanísímas y poéticas, sino el frío que pasó en las faldas del castillo moro. Por eso dijo un día que el calor es la vida; el frío, la muerte.

Dicen que Joaquín tenía tanto fresco en invierno como en verano, y que se le podía ver en agosto con un paletón. ¡Cuánto eché de menos la pelliza del hijo de El Gordo y La Paula! En estos casos es bueno embaular media botella de manzanilla, como mínimo, pero la DGT no está por la labor de que conservemos la atávica tradición de ponernos algo chispones para escuchar cante jondo.

La solución para combatir el airecito de Pescanova era que los cantaores calentaran el ambiente y así fue. Comenzó Solís, ganador del Concurso de la Soleá, conducido por el mejor guitarrista que hay para cantar por este palo, el Niño Elías. El modesto cantaor de Malasmañanas no sólo sorprendió por soleá, sino por bulerías. No es de los que tienen la lección aprendida; es la naturalidad y la sinceridad personificadas.

No se lo puso nada fácil a Cancanilla de Marbella, pero el malagueño tiene recursos para triunfar en cualquier plaza, y la de Alcalá es de las mejores. Acompañado por otro magnífico guitarrista, Antonio Moya, deslizó la voz como la seda por su garganta y ofreció bulerías por soleá, tientos-tangos, seguiriyas, fandangos y bulerías. Fue en este último palo donde conectó con el público de una forma más contundente, combinando su cante con unas pataítas tan encantadoras que acabó poniendo de pie al personal. Vino dispuesto a quitarle el paletón al de la Paula y lo hizo.

La técnica vino con la onubense Argentina y un ejército de guitarristas, palmeros y percusionistas, que tapaban su voz y nos impedían degustar sus hermosos melismas árabes. El lamentable sonido se puso también en su contra y su actuación no pasó de discreta, aunque al público le gustó mucho su puesta en escena.

Es lo que le falta a Luis el Zambo, pero lo suple con la profundidad, el compás, el gusto gitano y la frescura. ¡Cómo cantó por bulerías! Tan bien que le dejó el terreno preparado a uno de sus pupilos, Miguel Poveda, que era la primera vez que se daba un baño de multitud en el castillo de Joaquín el de la Paula.

Como gran profesional que es, se trajo a uno de los mejores guitarristas de Jerez, Alfredo Lagos, y a dos palmeros de lujo, Carlos Grilo y Luis Cantarote. Miguel sabe que ahora es figura y que tiene que devolver en arte lo que cuesta contratarlo; sabe que la crítica ya no le da un tratamiento de promesa, sino de gran maestro. Y se entrega al cante como nunca, poniendo la garganta, el alma y el corazón al servicio del flamenco. Con demasiado desembolso de poder, quizá, porque descuida otras cosas que también son importantes. La melodía, por ejemplo. Aunque echó las asaduras en las soleares y las seguiriyas, enamoró en las alegrías y las bulerías.

Cuando le tocaba salir al bailaor Juan de Juan, el reloj marcaba las cuatro de la mañana y el frío alcalareño aconsejaba meterse en el coche y no darle oportunidades a La Pálida, que avizora en la carretera en un endiablado mano a mano con la DGT. Otra vez será.

  • 1