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Cantando bajo la lluvia

Una soberbia actuación de Julián López "El Juli" le valieron tres orejas y la correspondiente salida por la Puerta del Príncipe de la Maestranza.

el 16 abr 2010 / 20:31 h.

El Juli salió a hombros por la Puerta Grande.

FICHA DEL FESTEJO.

Toros de El Ventorrillo, bien presentados y de juego desigual. Hubo tres y tres. Buenos, primero, cuarto y quinto. Deslucidos los otros tres.

Julián López El Juli: estocada (oreja con fuerte petición de la segunda, y bronca "al palco" por denegarla); y estocada (dos orejas).

Sebastián Castella: estocada (silencio); y estocada habilidosa (silencio).

Miguel Ángel Perera: dos pinchazos y estocada (silencio); y dos pinchazos, media y tres descabellos (silencio).

En cuadrillas, saludó Curro Molina en el segundo, invitando al "tercero" Pablo Delgado a compartir la ovación.

Ocupó el Palco Real la Infanta doña Elena de Borbón, que recibió brindis de "El Juli" en el primero, y de Perera en el tercero.

La plaza se llenó hasta la bandera en tarde de lluvia persistente y a veces muy intensa en los seis toros.

El Juli está que se sale. No hubo ni una sola duda, ni un solo fallo, ni una sola mácula en la lidia y muerte de los dos nobles toros que el gran maestro madrileño supo aprovechar de pitón a rabo, desde que salieron por los chiqueros hasta que salieron muertos de su maciza espada. Era el momento de esta gran figura del toreo que abrió las aguas como Moisés en el Mar Muerto para situarse de un plumazo más allá del bien y del mal; marcando una diferencia que le aúpa al olimpo de los más grandes.

Algo se mascaba en el ambiente más íntimo del toreo. Ya lo venía anunciando desde sus inapelables triunfos valencianos: El Juli ha conseguido una depuración absoluta de su tauromaquia para dibujar un toreo terso, rotundo, de trazo limpio y poderoso que se adaptó como un guante a las dos reses que le tocaron en suerte. Atacando cuando era preciso, esperando cuando había que espera, templando siempre y mandando en dos embestidas que se sometieron a ese dulce látigo que El Juli empleó con la grandeza de los elegidos. Así fue con el toro que abrió plaza, un animal con grandes dosis de nobleza al que  hubo que aguantar algunos frenazos en una labor creciente en intensidad que se había prologado con un quite preciosista que fue toda una declaración de intenciones.

Los muletazos, siempre hondos y largos, se abrocharon con enormes pases de pecho, con cambios de manos y de pitón que levantaron clamores en una faena que no supo ver el presidente. Pero no importaba, Julián dejó un catálogo de naturales largos como un río, mató como un auténtico cañon y aguardó a que saliera el cuarto mientras arreciaba el aguacero. Ésta fue una faena resuelta en un palmo de terreno, atornilladas las plantas, muy claros los objetivos para obligar al animal, para extraer su nobleza sin importarle que el toro a veces se mostrara muy remiso. La intesidad del trasteo fue subiendo a la vez que el toro se entregaba en la muleta del maestro madrileño, que cerró la faena con una tanda de muletazos en carrusell que terminaron de encender el entusiasmo.

Lástima que el toro tardara en echarse después del estoconazo. Pero no importó. Esta vez el del palco no podía negarse y a las manos de El Juli iban las dos orejas que validaban una de las Puertas del Príncipe más rotundas de los últimos años.La labor del madrileño y el agua pertinaz eclipsó el resto de una tarde que arrojó pocas luces más y que se vivió bajo la incomodidad de paraguas y chubasqueros de todo pelaje. Pero allí no se movió ni el tío del queso. La famosa y tan traída y llevada lona fue retirada minutos antes del comienzo del espectáculo mostrando un piso de plaza en perfectas condiciones para la lidia. A pesar de los muchos litros caídos no se formó un solo charco y la corrida fue transcurriendo dentro de la normalidad que permitían las inclemencias metereológicas. Pero Castella no iba a encontrar enemigo en el segundo de la tarde, un toro que tardeó siempre, que escarbó y se lo pensó antes de cada muletazo sin que la faena alcanzara tensión argumental. Y posiblemente le faltó mejor estrategia con el quinto, un astado que brillaba más en la larga distancia pero que arreaba mamporros cuando se le citaba en corto. La parroquia se impacientó con el francés, que no acertó a encontrar la distancia y a solventar las dificultades que planteaba ese toro, un animal que encandiló al público por su movilidad.

En su segunda comparecencia en el abono, Miguel Ángel Perera volvió a tener la suerte de espaldas. No pudo ser con el tercero, al que planteó un trasteo firme y entregado que se estrelló con la blandura de su enemigo, que espero siempre al torero y fue muy a menos. Muchas menos posibilidades iba a encontrar en el sexto, un manso de libro que huía hasta de su sombra y al que tuvo que perseguir por todo el ruedo antes de desengañarse mientras el toro se rajaba clamorosamente. El gran diestro extremeño aún tiene otro cartucho por quemar. Y el caso es que El Juli ha puesto esto bastante caro. No, ni nada.

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