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"Canto lo que he aprendido en las cantinas de latinoamérica"

Bunbury graba 15 brillantes versiones con su actual grupo, los santos inocentes.

el 16 dic 2011 / 10:52 h.

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El accidente mortal se produjo en la calle Juan Pablo II, en Tablada.

Licenciado Cantinas, el séptimo álbum de estudio de Enrique Bunbury, se puso a la venta el pasado martes. El álbum ha sido precedido por el primer sencillo, Ódiame, que fue estrenado hace unas semanas. Un disco que nace del sonido de la tradición del rock-sound, y que se presenta como un homenaje al cancionero hispano-latinoamericano.

Compuesto por 15 canciones, Licenciado Cantinas es, según Andrés Calamaro, una "colección brillante de versiones, un repertorio exquisito y nada habitual", una producción atractiva a cargo del propio Enrique con arreglos gourmet del actual grupo de músicos de Bunbury, Los Santos Inocentes.

Entre las colaboraciones especiales, destacan el acordeón de Flaco Jiménez, la harmónica de Charlie Musslewhite, las guitarras de Dave Hidalgo (Los Lobos) y de Eliades Ochoa (Buenavista Social Club).

Este es un disco de versiones de canciones que el cantante aragonés aprendió "en las cantinas de Latinoamérica", lugares donde también se castigó "mucho", según reconoce Bunbury. Recuerda asimismo que la idea "viene de muy lejos" y que en los últimos ocho años ha hecho una selección de canciones que "narran los hechos que suceden a un personaje que es el Licenciado".

Para su amigo Calamaro, se trata de "una colección de joyas encontradas del repertorio panamericano que conviven bajo el preciosísmo de los arreglos y la interpretación vocal de Bunbury en su mejor momento personal y artístico, cantando mejor que nunca una colección profunda de canciones", explica."El Licenciado", prosigue el argentino, "es el alto exponente de un oficio fértil en intimidad; hay un secreto que sólo conocemos los cantores y aquellos que nos entregan generosamente su corazón a cambio de canciones y canto, y va a permanecer guardado bajo la alfombra del corazón de quien corresponda. Será imposible no gozar con este disco grande. Para mí (un rockero enamorado del cancionero hispano-latinoamericano) es un privilegio poder escuchar "primero" (y volando entre Chicago y el DF) este voluntarioso y apasionante LP de mi querido compañero Enrique, licenciado con honores en las cantinas musicales del continente del idioma".

Cada track del disco es una demostración de osadía y elegancia de los Los Santos Inocentes reunidos por Bunbury que dirige el cotarro cantando como siempre y mejor que nunca. Ódiame (de Barreto/Otero López) se presenta con el órgano Hammond y el acordeón, asimismo bailable y emocionante, en lo que es (sin duda alguna) perfecto ejemplo de esta "salsa", este "guiso" de ritmos, sonidos y repertorio: el equilibrio entre la tradición del rock-sound y los géneros centro y sudamericanos. Y el equilibrio fue inventado para perder el equilibrio, borrachos de emoción, con una lágrima asomando, ebrios de música, porque sin música la vida sería un error. Vida (de Casas Padilla) es un texto en carne viva. El Licenciado (El Mulato) (de Ricardo Ray & Bobby Cruz) resuelve en psicodélico "salsódromo" después de presentarse con un "jondo" Dobro climático, y se engancha con la dulce tragedia colombiana de El Solitario (de Alfredo Gutiérrez), que cuenta con el concurso estelar de Dave Hidalgo (Los Lobos), en guitarra y bajo sexto, un teclado distorsionado y un banjo dialogando con Enrique, que nos confirma que si "el mar se convirtiera en aguardiente, en el se ahogaba para morirse borracho", una declaración de principios sensible y perfectamente colombiana. Con Hidalgo en acordeón, y con aires de "corrido/banda", se presenta Ánimas, que no amanezca que no demora mucho en reconfigurarse como banda-billy con la tuba de Alfredo Corrales. Un disco para cantar bailando sobre una mesa, rompiéndose la camisa y derramando risas y lágrimas. Que me lleve la tristeza (de Marcial Alejandro) es una de las mejores interpretaciones de la andadura vocal de Bunbury que se presenta como un sensibilísimo y sólido cantor al lado de las texturas del vibrafón, la guitarra acústica, el lap-steel guitar y el legendario Charlie Musselwhite.

El Día de mi suerte (de Willie Colon y Héctor Lavoe) se revela con original ritmología Bo Diddley-Caribe, incendiario. Cosas Olvidadas (un tango de Rodio/Contursi), cantada con espíritu arrabalero. El Flaco Jiménez vuelve en La tumba será el final, un texto sin dudas dramático y sentimental in extremis. Particularmente emocionante es el cierre de este álbum, con la fuerza moral y profunda de los versos de Atahualpa Yupanqui (El Cielo está dentro de mi), otra vez con la armónica universal de Musselwhite.

La milonga grande es uno de los géneros preferidos de Enrique, y sirve de perfecto epílogo (y declaración de principios) de/para un álbum personal, perfectamente ensamblado por Los Santos Inocentes. Un álbum que termina sin un acorde final, sin siquiera un ambiente reverberante, para dejarnos sin aliento.

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