-Usted empezó siendo conocido como poeta de la experiencia. ¿Lo de ahora sería poesía de la trascendencia?
-Creo que podríamos llamarlo de la misma forma. Pero como la experiencia es tan vasta, y parece una etiqueta debajo de cuya parra cabe todo, incluye la experiencia verbal, cultural, onírica... Tal vez haya ahora más reflexión, más meditación, pero el rótulo es tan útil, o tan inútil, como antes.
-Observando sus juegos con el lenguaje, pareciera que el diccionario y la sintaxis se le hubiera quedado pequeña para contar todo lo que quiere contar.
-Lo has dicho perfectamente. La ejecución de la escritura tiene algo de juego, de búsqueda permanente, de creación de un dialecto propio. El cambio más importante que se ha dado en mí, desde Metales pesados, es de naturaleza verbal, aunque también hay una aceptación de lo que antes veía como trágico o negativo. Para mí la literatura debe ser, entre otras cosas, descubrimiento. Si no me sorprendo a mí mismo, me aburre. Lo digo en un poema: si sé lo que escribir, no escribo nunca.
-También baraja la idea de la literoterapia ("Me curo de vivir en lo que escribo"), pero no está claro si aplicada a sí mismo o al lector.
-Ambos, ambos. La literatura es un interés privado, íntimo, que nos sirve para vivir más felices y con más intensidad. El arte nos proporciona una emoción que nos cura de la parte más mediocre del mundo. No existe pueblo sin relatos, sin mitos, sin ficción. Es una necesidad tan física como la del pan.
-Que un poeta llegue a Ministro de Cultura, ¿es bueno para la poesía, es bueno para el Ministerio?.
-La verdad, no tengo demasiada opinión al respecto. Es una labor tan dura y complicada, hay que satisfacer ánimos tan distintos, conciliar a gente de la literatura, el cine, las artes plásticas, todo eso me parece una labor tan complicada que no envidio a nadie que la desempeñe.
-Siempre se ha caracterizado por estar al tanto de la nueva poesía española. ¿Hay futuro?
-Creo que el relevo está garantizado. Hay una generación de poetas jóvenes que está manteniendo una continuidad magnífica, digna del siglo que hemos tenido, contando a España e Hispanoamérica. Con nombres como José María Rodríguez, Rafael Espejo, Andrés Navarro, Antonio Lucas, Ana Gorría o Juanma Jurado, hay para servirse.
-Dicen que los poetas de antes no se recogían nunca, y los de ahora se van a dormir tempranísimo. Y que usted es el último trasnochador; ¿es eso cierto?
-¡No! [risas] Me gusta salir, sobre todo cuando estoy de viaje, pero trasnochaba mucho más antes. Y no es verdad que los poetas jóvenes se acuesten pronto. Algunos son infatigables, ¡y podría dar nombres!
-Lo que parece seguro es que todas las estéticas se han diversificado. ¿Es una buena noticia?
-Sin duda. No hay normas, no hay escuelas, de modo que va a ocurrir lo de siempre: lo que interese al final serán los buenos poemas concretos de los buenos poetas que escriban sin un programa predeterminado.
-¿Leeremos poesía en e-book, o este género sólo puede entenderse en papel?
-Quizá todavía no tenemos el soporte adecuado, pero no me extrañaría que el día de mañana nos pongamos unas gafas y creamos que estamos en la playa leyendo un libro maravilloso. Seguramente caminamos hacia la cohabitación del papel y la pantalla, y esto no va a ser un desastre ni el fin de nada. Estoy seguro de que algún día nos acostumbraremos a leer poemas en el ordenador. De momento es magnífico, en lugar de llenar la casa con la Encyclopædia Britannica, llevarla en el teléfono.