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Carlos Marzal: «La justificación de la fiesta de los toros es la emoción estética»

el 25 may 2010 / 18:42 h.

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Carlos Marzal, ayer en Sevilla.

-La pasada semana hablamos de toros con Pere Gimferrer, ahora usted presenta Sentimiento del toreo... ¿Por qué esa defensa masiva de los poetas españoles a la Fiesta?
-Imagino que se debe a que hay una enorme tradición de poetas aficionados. Y luego porque tal vez seamos algunos de los espectadores que mejor entienden que los toros son arte, y que su justificación última es precisamente encontrar la emoción estética.

-¿De ahí que haya incluido en el título la palabra sentimiento, para rechazar la idea de que los aficionados carecen de ellos?
-Sí, se trata de demostrar que es un mundo de emociones, de intensidades, pero también de pensamiento. Cuando se habla de espectáculo inhumano se está cometiendo un gran desliz verbal y filosófico. No hay nada que esté más regido por la razón del hombre que la fiesta de los toros. Y recordemos que el animal no existiría sin la selección que ha hecho el hombre, generación tras generación. Es una raza completamente artificial.

-En estas mismas páginas, José Bergamín va mucho más allá y califica la militancia antitaurina nada menos que de "odio a la inteligencia".
-La de los toros es una celebración nacida en el Siglo de las Luces, perfeccionada hasta extremos rituales, enormes, por la inteligencia de todos los que han hecho la Fiesta. Y su fundamento es, mediante la inteligencia y la gracia, burlar la fuerza bruta, el instinto asesino del toro.

-¿Está luchando la fiesta de los toros su último combate por la supervivencia?
-No, los toros han sobrevivido a regímenes de todas las naturalezas, monárquicos, republicanos, dictatoriales, y sobrevivirán al momento actual. También el antitaurino es tan viejo como la propia Fiesta, pero nos acordamos menos de sus apóstoles que de los toros. La diferencia con otras épocas es que ahora existe una amenaza de prohibición en una zona de tradición tan sólida como Barcelona.

-¿Pretende este libro incidir en el encendido debate que se ha generado allí?
-La gente tiene sus opiniones y sus reproches, y no creo que nada pueda cambiar eso. No imagino a ningún antitaurino convirtiéndose, o cayéndose del caballo en el camino de Damasco, por leerlo.

-En todo caso, convendría aclarar que no es un libro específico para aficionados, sino para lectores, les guste o no ir a los toros...
-En efecto, el propósito del libro es ser alta literatura y alta pintura. Yo siempre he entendido el mundo taurino como algo de interesadamente literario, que necesita de la fábula, del relato y de la exageración. Las faenas taurinas son efímeras por naturaleza, hay que contarlas y engrandecerlas sucesivamente. Hablamos de faenas míticas que no hemos visto por lo literario que tiene este fenómeno.

-Hablando de toreros que dan que leer: ¿José Tomás va camino de convertirse en un género literario en sí mismo?
-En género literario no lo sé, pero no cabe duda de que es un torero para la leyenda y una bendición para la Fiesta. Es ese tipo de torero que se da pocas veces, con algo que no tiene que ver con la calidad taurina -aunque en su caso además le acompaña- y que desprende un aura que le viene muy bien a cualquier espectáculo.

-Los defensores de los toros denuncian que en el fondo se quiere negar la idea de la muerte en las manifestaciones sociales, imponer una visión edulcorada, infantil, de la vida. ¿Van por ahí los tiros?
-Hay muchas cosas en juego, como el mal entendimiento de la palabra derecho. Los derechos de los animales son los que nosotros queramos concederles, porque no tienen deberes. Luego hay una hipocresía respecto al trato de los animales. Si fuéramos estrictos con las ideas de los antitaurinos no mataríamos mosquitos, ni ácaros, ni sacrificaríamos animales para comer. Me parece que no se entiende que a los animales hay que tratarlos en relación a nuestra historia, hay animales domésticos y salvajes, y los tratamos conforme a sus instintos...

-¿Y sobre el espectáculo de la muerte?
-Sí, decía que hay un apetito de vivir en Disneylandia, en un sitio donde no exista ningún signo fúnebre, donde la presencia de la muerte desaparezca por completo y la dureza de vivir se diluya. Eso es obvio. Es un proceso general de la sociedad, que se quiere apartar de los muertos cuanto antes y convertirlo todo en un parque de atracciones.

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