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Caso Marta: Empezar de cero

La nueva versión de Miguel echa por tierra hechos que el tribunal consideró probados y el Supremo refrendó

el 15 abr 2013 / 22:55 h.

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El crimen de Marta del Castillo es como un cubo de Rubik en el que, cuando tras muchos giros por fin encajan todos los lados, las piezas cambian de color. Son tantos los factores y los personajes implicados, que cambiando cualquier circunstancia hay que volver a revisarlo todo. Pero eso es lo que ha pasado todas las veces que Miguel ha variado su versión: de matar a Marta de un golpe pasó a violarla y asfixiarla; de hacerlo solo a implicar a el Cuco; de tirarla al río, a un contenedor. De un crimen de madrugada, a otro cometido antes de las 20 horas. Y a cada paso, las coartadas y horarios del resto de los implicados –su hermano Javier, la novia de éste, María, y sus amigos Samuel Benítez y el Cuco– pasaban de verosímiles a increíbles, o al revés. Quizá por eso, incluso con una sentencia firme del Tribunal Supremo que establece que Carcaño mató a Marta de un golpe con un cenicero, la Policía empezó de cero la investigación sobre el paradero del cuerpo de la joven. Lo hizo hablando con él, pese al lastre de la credibilidad bajo mínimos de Miguel, que ha cambiado tantas veces su versión que cuesta tomarlo en serio. La sentencia que condena a Miguel a 21 años de cárcel dice que el joven asesinó a Marta durante una pelea “por razones de la relación sentimental que mantuvieron”, que con ayuda de el Cuco y otro no identificado se deshizo del cuerpo “en lugar que se desconoce” y a las 22.15 horas los tres se fueron a sus casas. A las 22.50 Miguel llegó a Camas, donde vivía con la familia de su novia. La nueva versión de Miguel no sólo cambia al autor del crimen, señalando a su hermano; también el arma utilizada, la hora de la muerte y el sitio donde se deshicieron del cadáver, que ya antes había sido buscado en el Guadalquivir tras decir que la arrojaron desde un puente; en el vertedero al contar que la tiraron al contenedor y en varias zanjas de Camas al asegurar que la enterraron allí. Hay factores que hacen pensar que Miguel puede estar diciendo por fin la verdad, arrepentido del daño causado a la familia de Marta: está condenado en firme, no tiene nada que perder. Ha tenido tiempo de reflexionar y, en caso de que sea cierto que ha ocultado que su hermano mató a Marta, al haber perdido toda relación con él podría haber decidido que no merece la pena seguir tapándolo. Y muchas de las pruebas físicas, al no cambiar lo sustancial del modo de la muerte –un golpe inesperado durante una discusión– también seguirían encajando, aunque el autor del golpe no fuese él, ni el arma empleada un cenicero sino una pistola. Pero también es difícil obviar el carácter manipulador y egocéntrico que señalan los informes psiquiátricos del joven, que destacaban su ansia por llamar la atención. O su falta de empatía con el dolor ajeno. O su facilidad para decir en cada momento lo que pensaba que le convenía: llegó a cambiar el relato en el que admitía haber matado a Marta de un golpe desafortunado por una truculenta historia en la que se autoinculpaba de violarla y asfixiarla a sangre fría... sólo para evitar que lo enjuiciara un jurado, y con un conocimiento tan exhaustivo de las pruebas que manejaba la Policía, que siempre lograba hacer que todo pareciera encajar. Por no hablar de lo sospechoso que resulta que, pese a esta nueva confesión y a haber llevado a los investigadores a donde se supone que enterraron a Marta, el cuerpo siga sin aparecer. Porque lo más increíble de este crimen es que quede tanto por aclarar, como hasta la sentencia admite, al no poder constatar cómo se deshicieron del cuerpo de Marta: cómo pudieron los asesinos sacarla del piso y deshacerse de su cuerpo sin que nadie lo notara –Miguel apenas despertó sospechas al llevar una silla de ruedas–; en medio de un ir y venir de gente –como María, de quien la sentencia dice que no se enteró de que en el piso donde durmió una cría había muerto y alguien había limpiado las pruebas–; y sin que se haya encontrado nunca el más mínimo rastro del cadáver. Sólo en una cosa conciden todos: el único que puede encajar este cubo es Miguel.

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