Cultura

Cataluña: El toro de la discordia

El parlamento catalán sigue adelante con el debate sobre la abolición de la Fiesta.

el 19 dic 2009 / 18:52 h.

Un estrecho margen de votos va a permitir la tramitación de un proceso abolicionista en el que aún no se ha dicho la última palabra. Los resultados han sembrado algunos resquicios de optimismo en un sector, el taurino, que prácticamente había dado la batalla por perdida de antemano a tenor de los últimos sondeos realizados entre los grupos parlamentarios.

La añeja cuestión -tan antigua como la propia tauromaquia- se va a debatir en el parlamento catalán, sí, pero los resultados podrían arrojar sorpresas inesperadas para los más encendidos defensores de la prohibición que, desgraciadamente, ya tienen gran parte del trabajo hecho. En cualquier caso, convendría recordar que una iniciativa parecida, sin tanto ruido, permitió borrar el espectáculo taurino del mapa de las Canarias. De todas formas, la extinción del espectáculo en las Islas Afortunadas no habría sido posible sin su evidente decadencia. En realidad se prohibió lo que ya no existía.

Y es que en verdad no se trata de prohibir la Fiesta en Cataluña: los toros hace tiempo que dejaron de pertenecer al calendario festivo de la región más allá de los populares corre-bous, a los que sí respetaría la polémica abolición que ha levantado en armas a los hombres del toro.

La cruda realidad es que esa hipotética prohibición, en la práctica, sólo implicaría el cierre de la Monumental de Barcelona, única plaza en funcionamiento de toda Cataluña. La legislación en vigor ya prohibía la construcción de nuevos recintos taurinos aunque tolera la celebración en las antiguas plazas fijas, nunca en recintos portátiles. Esa normativa con conejo guardado en la chistera ha permitido acabar de facto con la fiesta en capitales como Gerona, una de las plazas más activas de la región que fue víctima de la piqueta hace muy pocos años.

A la plaza de Tarragona, sometida a un larguísimo proceso de remodelación de incierto destino, ni está ni se la espera. Los numerosos y en otro tiempo activísimos ruedos de la Costa Brava -San Feliú de Gixols, Olot o Cadaqués- hace tiempo que cerraron sus puertas dejando atrás una historia pródiga en festejos que se celebraban hasta en los meses invernales gracias al concurso del turismo.

¿Dónde están las causas de este debacle taurina? La verdad es que el gran turismo hace tiempo que le dio la espalda a los tendidos de las plazas catalanas. La ruina de un negocio que sumaba playa y toros encontró terreno abonado en las sociedades protectoras de animales, aliadas en peculiar unión temporal de empresas con las corrientes secesionistas que querían ver suprimida cualquier referencia a la cultura tradicional de sabor netamente español. Este gazpacho económico, político y proteccionista ha terminado por alumbrar este encendido debate que ha vuelto a servir de frente de batalla en el enrarecido panorama político de este país. Quién sabe si la Fiesta habría fallecido de muerte natural si las corrientes abolicionistas no hubieran mantenido al enfermo alerta.

El temporal balón de oxígeno prestado por José Tomás también ha ayudado a reverdecer laureles a la vieja Monumental, llena hasta los topes en las cuidadas apariciones del divino de Galapagar. En la memoria de los aficionados más viejos, sigue estando presente aquella ciudad de Barcelona, única capital española con dos plazas de primera categoría en funcionamiento simultáneo. Los tiempos han cambiado mucho desde entonces y en el escenario dibujado se recortan ahora negros nubarrones. La pelota está en el tejado.

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