Desde que Chema Cobo (Tarifa, 1952) decidiera abandonar el color y dotar su personalísima obra -"ese algo inclasificable que soy"- de una depurada neblina, de una cegadora luz inmaculada, su pintura se ha convertido en una llamada de atención. De lo ficticio, de lo ilusorio y las trampas que la imagen tiende al ojo del espectador advierte en su última exposición, Out of frame, que se expone en el Centro de Arte Contemporáneo (CAC) de Málaga.
Chema Cobo es una de las figuras clave de la figuración en España. Junto a otros pintores de su generación, tomando como núcleo de acción el Madrid de los años 70 (lo que se llamó Nueva Figuración Madrileña), este artista ácido e irónico apostó por una pintura que abrió nuevas vías plásticas en la España de la Transición.
Es, quizás por esto, o quizás porque su obra ha evolucionado hasta posicionarse como una de las pinturas más inteligentes del momento, realizada al margen de tendencias y depurada hasta llegar a su verdadera esencia, que su regreso a los museos es un acontecimiento.
Sin embargo, "no me gusta que me hablen tanto de los Setenta. De verdad, apenas me acuerdo", ironizaba ayer en su estilo único el protagonista, que muestra en el Centro de Arte Contemporáneo (CAC) de Málaga una selección de 33 obras recientes, realizadas desde el año 2000 hasta ahora. En ellas encontramos a un Chema Cobo preocupado por liberar la obra de todo lo que distrae; "es el espectacdor el que debe de ser hábil y perspicaz para descubrir que las cosas no son lo que parecen", explicó ayer el director del CAC, Fernando Francés, en alusión al título de la muestra, Out of frame (Fuera de marco), una calificación que también puede aplicársele al propio Cobo.
"Nunca me ha gustado jugar a la moda. Quizás he sido más cuco y he preferido no estar a la última a estar pasado de moda", explicaba este autor que mira a la modernidad desde fuera y "termina haciendo esas cosas inclasificables que son Chema Cobo", decía ayer el artista de su propia obra.
Pero volviendo al principio, Chema Cobo rehúye a posicionar su obra dentro del mercado -aunque es sin duda uno de los grandes creadores andaluces, con una obra más seria, mejor pensada y, lo más difícil, mejor pintada-; rehúye también a situarse en el tiempo y se decanta por sus últimas creaciones, una suerte de pinturas misteriosas, con la inquieta serenidad que da su luz casi religiosa, sus grises pétreos, gélidos, sus rostros inquietantes, y su virtuoso logro de conseguir más con menos.
En esto se pueden resumir sus diez últimos años de un trabajo "intelectual, difícil, el más complejo y distante de todos los artistas españoles actuales", aseguraba ayer Francés, que situó esta exposición dentro de su línea de trabajo con grandes nombres de la escena nacional, de Jaume Plensa a Miquel Barceló, de Juan Uslé al propio Cobo.
Con respecto a esta última propuesta, la primera gran exposición del de Tarifa en el siglo XXI, Chema Cobo ha querido plantear un juego al espectador, le ha dotado de una enorme responsabilidad; le ofrece pistas y, a la vez, coloca trampas en un permanente juego entre realidad y ficción, entre el sueño y el deseo.