A los autores les irrita sobremanera que cualquiera manosee su obra y haga una interpretación de ella contraria a la que ellos le dieron en el momento de su creación. A Gregorio Peces Barba, uno de los siete padres de la Constitución, le ha venido sucediendo esto mismo desde hace dos años y medio.
Desde que el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía aceptó que un alumno de Huelva podía objetar a una asignatura obligatoria -Educación para la Ciudadanía-, amparándose en el artículo 27.3 de la Constitución: "Los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones".
Según los padres del alumno, el Estado pretendía "adoctrinar" a su hijo obligándole a pensar en cosas en las que ellos no querían que pensase. Los jueces aceptaron esta lectura, porque interpretaron que esa "garantía" constitucional significaba que una familia puede decidir qué educación recibe su hijo en la escuela, cuando en realidad ese artículo "protege el espacio privado de la educación moral", ya que "es el Estado quien tiene el deber constitucional y el derecho de programar la enseñanza de todas las escuelas del país".
Peces Barba acudió ayer al Ateneo de Sevilla con esa irritación contenida, pero con la sensación de haber sido traicionado por los jueces del TSJA, en connivencia con una parte de la sociedad y de la sociedad y de la Iglesia Católica. Así que, a modo de venganza, o quizá para purgarse los argumentos que habían usado la Constitución como ariete contra el sistema educativo, el profesor emérito de Filosofía del Derecho de la Universidad Carlos III, reclutó a todos los autores ilustrados que pudo para impartir su conferencia, a todos los humanistas, enciclopedistas y defensores de la ética protestante desde el siglo XVI al XX, con reminiscencias a filósofos clásicos griegos. Un elogio a la razón para atestiguar que todo este embrollo sobre Educación para la Ciudadanía no dista mucho del que expulsó a Lutero de la Iglesia Católica, el que marginó a Erasmo de Rotterdam y a John Colet, deán de la Catedral de San Pablo, en Londres, por sugerir que la Biblia podía leerse de distintas formas, con una perspectiva crítica, o del que repudió a Rousseau por criticar la enseñanza religiosa y tacharla de jerárquica, o del que quemó las casas de pueblo y los ateneos anarquistas donde se enseñaba alfabeto a los campesinos en la II República española. Peces Barba usó las citas de los clásicos como látigos contra los detractores de Ciudadanía: "Que Dios no se ocupe de los asuntos humanos" [Hugo Grocio]; "La ignorancia es recomendada por la religión como necesaria para la obediencia" [Montaigne]; "La autoridad de los que enseñan dificulta a veces a los que quieren aprender" [Cicerón].
Si hay algo que parece irritar más a Peces Barba que el que le toquen la Constitución con oprobio, es que le mancillen la escuela y el significado real de la educación. Al fin al cabo se trata de un maestro. Del artículo 27 de la Carta Magna emanan, según él, tres ideas: separar las escuelas de la Iglesia; distinguir las creencias -que son individuales y privadas- de los conocimientos, que son comunes y públicos; y preservar la libertad de cátedra del maestro. La Constitución también contiene la idea de escuela concertada, complementaria a la pública. "En algunas comunidades gobernadas por el PP, como Madrid, se impulsa más la concertada que la pública. Eso es un fraude que se debe corregir", dijo. Fue la única denuncia explícita al presente que hizo.