Colegios de zonas deprimidas ‘fichan’ a 1.500 voluntarios de apoyo a maestros

Por decreto. Andalucía es la única comunidad que regula el trabajo voluntario dentro de las aulas, para que la enseñanza no recaiga exclusivamente en el profesorado.

el 05 abr 2014 / 22:30 h.

comunidades de aprendizaje Una delegación del Ministerio de Educación de Brasil y otra de México han visitado esta semana el colegio público Adriano del Valle, del barrio sevillano de La Plata, acompañados por técnicos de la Consejería de Educación. La comitiva estaba encabezada por Pilar Lacerda, secretaria de Estado de Educación con el último Gobierno de Lula da Silva y el primero de Dilma Roussef. Después de la visita, parte del equipo del consejero Luciano Alonso se reunió con ellos en Torretriana, durante dos días, para explicarles cómo nació, creció y se extendió en casi medio centenar de colegios uno de los proyectos educativos más potente del Gobierno andaluz, y el que se ha llevado con más cautela: el nombre del programa es comunidades de aprendizaje, y su base científica ha sido reconocida por las universidades de Harvard y Cambridge. Este proyecto, a diferencia del Plan de Calidad que regulaba los incentivos económicos a profesores, nació de abajo arriba: primero lo desarrollaron un puñado de escuelas y luego la Junta lo institucionalizó. Pero el objetivo es el mismo: mejorar la educación en todos los indicadores elementales, sobre todo el rendimiento del alumno. En 2006 el proyecto se puso a prueba en tres colegios de dos barrios desfavorecidos de Sevilla: las Tres Mil Viviendas y La Plata. Un centro escolar que se convierte en comunidad de aprendizaje transforma por completo la estructura educativa, que ya no se rige por el esquema tradicional –maestro enseña, niños aprenden– ni se limita al espacio físico del aula. La clave es que el proceso enseñanza-aprendizaje ya no recae exclusivamente en manos del profesorado, sino en la implicación de todos los sectores sociales del entorno, incluido los propios estudiantes que pasan a colaborar con el docente. Las comunidades de aprendizaje organizan las clases en grupos interactivos de cuatro o cinco alumnos para que trabajen juntos en una misma tarea. «La idea es que todos aprendan y ayuden a aprender, por eso se agrupa a los niños que más saben con aquellos a los que más les cuesta. El primero que termina, ayuda al compañero. Está demostrado científicamente que eso desarrolla la inteligencia de ambos», explica Paqui Olías, jefa de servicio del área de Participación Educativa. Así es como Marcos, un chico de Primaria al que le cuesta concentrarse porque tiene un nivel intelectual superior al resto, ha llegado a esta conclusión: «Cuando más he aprendido fue al explicarle a Sergio [un niño con autismo] lo que a mí más me costaba entender». Esta fórmula chirría con el nuevo modelo educativo de la ley Wert, que separa en itinerarios paralelos a los alumnos avanzados (hacia la Universidad) de los repetidores (hacia la FP Básica). Mejores resultados. Para que esto funcione, claro, se necesita más de un adulto por aula para que controle que los grupos de alumnos interactúan y se ayudan unos a otros. Así, el equipo directivo del colegio, con autorización explícita de la Junta, recluta a voluntarios para que sirvan de apoyo a sus maestros (sin permiso de la Junta ningún adulto puede entrar en un aula, excepto el docente). Con ese refuerzo se logra atención más personalizada: con 25 niños, un profesor y seis o siete asistentes. Muchos de los voluntarios salen de las facultades de Educación y de Psicología (son futuros docentes) pero también hay madres de alumnos, abuelas, miembros de distintas ONG, maestros jubilados, profesores de Universidad, exalumnos del centro, la limpiadora del colegio, el conserje, vecinos del barrio. Otra pata del proyecto son las llamadas tertulias literarias dialógicas, en las que todos los alumnos de la clase (a veces junto a sus familiares) leen una obra clásica de la literatura (El Quijote, la Odisea...) y debaten su contenido, mejorando la estructura del lenguaje, el vocabulario y la capacidad de análisis de los chicos. Los resultados académicos de estas primeras escuelas andaluzas que se convirtieron en comunidades de aprendizaje experimentaron un avance asombroso en las pruebas de diagnóstico. Las tasas de absentismo y fracaso escolar descendieron, pero además los colegios se convirtieron en un reclamo para las matriculaciones: en algunos casos pasaron de perder estudiantes y cerrar aulas a rechazar alumnos por la sobredemanda. En el verano de 2012, Educación decidió regular el proyecto en una orden, convirtiéndose en el más exigente de los que oferta la consejería (por encima del bilingüismo o las TIC –aulas con ordenadores–). Los requisitos para participar son draconianos y el grado de compromiso es tan elevado que más de la mitad de las solicitudes son desechadas. Para que la Junta autorice el proyecto no basta con el compromiso explícito de los profesores, sino con la implicación activa del voluntariado que recluten. El primer año entraron 17 centros (6 excluidos), el segundo 26 (16 son excluidos) y hace unos días, la consejería cerró el plazo de inscripción para este curso, con 31 solicitudes que están en fase de estudio. En los 46 colegios e institutos que ahora funcionan como comunidades de aprendizaje trabajan más de 1.500 voluntarios, según datos de la consejería. En cada centro el número depende de lo que éste sea capaz de organizar, pero lo habitual es que la cifra triplique la plantilla docente. En zonas con un nivel sociocultural bajo, e incluso con una tasa de analfabetismo elevada, las familias de alumnos que se hacen voluntarios carecen de estudios primarios. Pero su labor no es sustituir el trabajo del profesor (aunque los estudiantes se acostumbren a verlos en el aula y acaben por llamarles maestro) sino a dinamizar el trabajo de los alumnos, que unos se ayuden a otros. El hecho de que se haga en época de recortes presupuestarios, cuando Educación ha visto disminuir su peso y su plantilla docente a la del 2007, despertó el escepticismo de los miembros del Gobierno brasileño. «En nuestro país los sindicatos docentes tienen mucho poder. ¿Cómo hacen para que este proyecto no se interprete como que la consejería está reclutando mano de obra gratuita? Yo no pienso así, pero como gestora, no sabría hacerlo», preguntó Cleuza Repulho, presidenta de la Unión de Dirigentes Municipales de Educación de Brasil, a los miembros de la consejería. «El guión de la clase siempre lo lleva el profesor, quien dirige es él, los voluntarios siguen sus directrices y se encargan de que los alumnos interactúen», dijeron. Por supuesto no hay sueldos. La Junta habla de «salario emocional»: los voluntarios también aprenden (además los universitarios obtienen un certificado), para los profesores fijos computa como mérito, y los interinos aspiran a una mayor estabilidad si se comprometen con el proyecto (siempre que el concurso de traslados lo permita). «Éste es el modelo de educación en el que creemos para todas las escuelas de Andalucía, pero aún no estamos preparados para generalizarlo. Debe seguir creciendo de abajo arriba, contagiándose unos a otros, con el boca a boca. Ya han empezado a apuntarse centros de barrios normalizados. Ésta es una oportunidad para arrinconar la formación academicista, y evitar las clases magistrales, una tendencia natural del profesorado», dice el sociólogo Ramón Flecha, autor del proyecto.

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