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Como un oasis en pleno centro

Desde que el destino quiso que el niño que vino al mundo el 21 de septiembre de 1902 en el número 6 de esta bocacalle de Cuna se convirtiera años después en el poeta Luis Cernuda, estaba claro que la calle Acetres -entonces llamada Conde de Tójar- no iba a ser una más del viario sevillano...

el 15 sep 2009 / 23:53 h.

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Desde que el destino quiso que el niño que vino al mundo el 21 de septiembre de 1902 en el número 6 de esta bocacalle de Cuna se convirtiera años después en el poeta Luis Cernuda, estaba claro que la calle Acetres -entonces llamada Conde de Tójar- no iba a ser una más del viario sevillano. Apenas son unos metros de asfalto del emblemático centro histórico que a muchos pasan desapercibidos porque no hay ni restaurantes de comida rápida ni tiendas de firma ni manteros.

En esta calle, que comparte el nombre con el caldero en el que el cura guarda el agua con el que bendice luego al que se le ponga por delante sólo hay negocios que juntos suman varios cientos de años y sevillanos de sangre o de adopción que han abierto las puertas de sus comercios día tras día y contra viento y marea incluso en los años más complicados para la ciudad.

Acetres no es ni más bonita ni más fea, ni más típica ni más pintoresca ni sus edificios están mejor ni peor conservados que cualquiera que discurra paralela o perpendicular en el callejero. Su encanto, que lo tiene aunque haya quien no se lo vea, radica en que por algún motivo se ha convertido en el epicentro de las tiendas de antigüedades, lo que le da carácter propio y la convierte en un oasis de calma en el constante ajetreo del centro.

La primera que abrió sus puertas en el número 10 hace ya más de 25 años fue Bastilippo, que toma su nombre del que le pusieron los romanos a El Viso del Alcor. "Nos lanzamos con una tienda diferente, accesible para todo el mundo y aquí seguimos". Lo cuenta Fernando López, que está al frente del negocio junto a su socio desde entonces. Durante este tiempo han pasado por la calle muchos negocios "que no han cuajado", dice el anticuario, "pero las tiendas de antigüedades funcionan bien". En una de ellas, rodeada de cuadros, encajes de vírgenes y todo tipo de figuras está Manuela Touriño. Acetres Antigüedades está en el número cuatro y ya "va para 18 años en la calle", cuenta.

Si uno atraviesa la calle perseguido por la prisa apenas repara en que en los escaparates puede encontrarse desde una pandereta hasta un orinal con historia. Pero si es un paseo lo que le lleva hasta ella sólo hay que perder un segundo para comprobar que el sonido llega distinto, que casi no se escucha cómo desafinan algunos músicos callejeros y que el tiempo parece detenerse a la altura del número seis. Allí vivió hasta los 13 años la familia de Luis Cernuda y allí llegó pocos años después el abuelo de Valeriano Díaz, que hoy se encarga de la cristalería que tomó el relevo cuando el poeta adolescente se mudó a otra parte de la ciudad. "Al lado había una farmacia y un estanco y un poco más allá una tienda de maletas y curtidos", cuenta.

Como son pocos, los comerciantes más veteranos aún recuerdan a los que dejaron Acetres porque el negocio iba mal o porque con ellos se acabó la tradición familiar. "Yo seré la última que siga con el negocio", advierte Josefina Sánchez, que vende máquinas de escribir Olympia en el número siete como hace 50 años lo hiciera su padre. "Esto era un almacén de aceite y antes El Caserío se llamaba El Molino y cuando llegaba la feria hasta ponían farolillos", recuerda. La zapatería La Juncal, la tiendecita de cochecitos de bebés, la chocolatería que duró poco... Juntos son la memoria de Acetres, que perdió el nombre para volver a recuperarlo. Una calle que no destaca en las guías turísticas pero que pese a los achaques sigue viva.

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