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Con el antifaz subido

el 16 sep 2009 / 00:59 h.

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El calor y la luz del Domingo de Ramos habrían bastado para iluminar todos los días que restan de Semana Santa. La Borriquita se encontró el sol de frente a las tres de la tarde en El Salvador. Los nazarenos más pequeños bajaron la rampa de la iglesia con el antifaz subido para aliviarse el calor.

La Borriquita es la primera que alcanza la Catedral. Está formada por niños y en eso guarda cierto parecido con la Cabalgata de Reyes. Porque en la multitud que aguarda también esperan muchos críos subidos a hombros de sus padres. "¿A que cierran la puerta y no sacan a Jesús?", bromeaba un hombre con su hijo. "¡Noooo!", le replicaba el chico agobiadísimo. "¿Y si no le dejan salir?", insistía. "¡Noooo"!, volvió a gritar el crío.

Cuando empiezan a procesionar los primeros nazarenos, los de menos edad, todo parece algo deslavazado. Desde lejos la multitud sólo ve un cortejo de padres y madres bajando la rampa y llevándolos en brazos o cogidos de la mano. Los niños salen a la plaza y se asombran al ver la bulla, y algunos ocultan la nariz en el hombro de su padre y otros se bajan el antifaz de un tirón. Nunca un crío vistió tan de blanco como relucen sus túnicas al sol. El calor apretó tanto las nucas de los cofrades que consiguió tumbar a un chaval, que se desmayó al pie de la rampa cuando pasaba el Señor de la Sagrada Entrada.

Entre los más bajitos ayer estaba Perico, que ahora sabe andar solo, pero hace muy poco viajaba en un carrito de bebé y ya vestía de nazareno. Diego es un poco mayor, pero no mucho más. No tanto como para evitar molestarse porque le han cambiado la bolsa de caramelos por la palma. Cuando crezcan lo suficiente y alcancen con la cabeza la altura que ahora tiene la punta de sus capirotes, tendrán que dejar La Borriquita e ingresar en El Amor. El Amor es la continuación de esta cofradía, donde ingresan los nazarenos adolescentes, visten de negro ruán y se hacen adultos.

El paso salió solo, casi por inercia. Cuando estaba en el marco de la puerta, el capataz José María Rojas gritó: "¡No voy a mandar más!". De una zancada larga, los costaleros pusieron al Señor en medio de la plaza. Un chico lo miraba a los ojos, de frente. Había trepado hasta un naranjo que hay delante del bar Los Soportales, y desde allí arriba seguía el cortejo, agarrado al tronco para no caerse.

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