Joaquín Jiménez posa junto al Santísimo Cristo del Perdón. / Salvador Criado Joaquín Jiménez Rodríguez (Utrera, 15-1-1980) no es un cofrade de ADN capillita. Huye del estereotipo propagado a la velocidad de la luz durante la Cuaresma en los Vía Crucis, besamanos, besapiés y conciertos de marchas que se suceden por el pellejo provincial. Este utrerano de pro y devoto de la patrona de la ciudad, la Virgen de Consolación, es costalero del Santísimo Cristo del Perdón, titular cristífero de la popular hermandad de Los Muchachos de Consolación, protagonista indiscutible de la jornada del Lunes Santo. Hoy se faja el costal para sentir en su piel la sensación de abandonar el santuario mientras la patrona continúa entronizada en el altar mayor. Ahora en silencio y a oscuras. «Esa imagen es la que más me gusta de toda la estación de penitencia», apunta. Criado en una familia sin especial vinculación cofradiera, Jiménez es, además, el tesorero del CD Utrera y en su día fue uno de los impulsores del CD Utrerano San Joaquín y el Utrera FS, dos de los clubes encargados de sembrar la afición por el deporte de pista en la comarca. Joaquín Jiménez transmite la sensación de ser un tipo templado. Habla con parsimonia y no emite ningún juicio sin antes fruncir el ceño y ajustarse las gafas. Su vinculación con el universo de la Semana Santa nació en 1998, año en el que se fajó para pasear por las calles de su ciudad a la Virgen de los Desamparados, titular mariana de la hermandad de La Trinidad y que hasta 2013 procesionaba en la mañana del Domingo de Ramos ataviada de hebrea y en la tarde del Jueves, entronizada en su palio, con el traje de reina. Ayer no acompañó a la popular Borriquita. En aquel tiempo ya asumía funciones de relevancia en el fútbol sala utrerano. Ejerció de delegado y entrenador en una época en la que el deporte de sala abandonaba el ostracismo para interiorizar un papel más relevante en el orden de prioridades de los hinchas y la prensa. Más deportista que cofrade, Jiménez relata cómo es su Lunes Santo habitual. «Si no puedo cogerme el día de descanso como en casa de mi madre y, luego, camino por todo el paseo de Consolación en dirección al santuario», expone. «Me encanta ir en la última trabajadera y cuando ya estamos saliendo mirar atrás y ver a la Virgen de Consolación. Eso siempre me emociona», rememora. Jiménez, que asumió las funciones de tesorero del CD Utrera gracias al acceso a la presidencia de Joaquín Rodríguez uno de sus amigos desde hace años, se crió en la Barriada del Punto y ya desde pequeño mostró una especial predilección por el deporte. «Me gustaba desde que era un chiquillo», resume de forma escueta. En el ámbito de la Semana Santa, y tras una breve experiencia bajo las trabajaderas de la bella dolorosa de la Trinidad, este utrerano de corazón aterrizó en Los Muchachos de Consolación en la primavera de 2003, el primer año en el que fue costalero del Señor. En 2004 se alistó a la nómina de hermanos y, desde entonces, acude fiel a la cita cada Lunes Santo. «Mi cuñado Salvador Leal era costalero en aquella época y me animó muchísimo. Ahora está en la junta y este día lo vivimos con más intensidad», revela. «No soy un aficionado cansino, pero sí es verdad que a partir de Cuaresma me comprometo al 100%», añade en un banco del parque anexo al santuario. Enamorado de su ciudad y sus tradiciones, Joaquín elogia de forma superlativa a la que es su cofradía desde hace ya 10 años. «Tiene muchísimo mérito lo que hace esta hermandad todos los años. Va desde fuera hacia el pueblo de Utrera, y eso es realmente emocionante. Yo le recomiendo a la gente que venga a verla, preferiblemente ya de vuelta», aconseja antes de explicar su idiosioncrasia. «No es una cofradía de bulla. Es seria, algo que impone por la noche. Los pasos son distintos a lo habitual. Personalmente, a mí me encanta la combinación de la madera y la plata», puntualiza. En Cuaresma, la época de mayor trasiego de actos y cultos, Joaquín combina su pasión por el deporte con sus figuras de tesorero del Utrera y de costalero del Cristo del Perdón, una perfecta simbiosis que eclosiona el Lunes Santo cuando, ya con el rostro oculto, pasea al Crucificado, obra anónima del XVI. «Es una auténtica maravilla», dice con la mirada clavada en el paso en el que figura este expirante Cristo con corona de espinas, de mirada al cielo y sudario ricamente dorado ceñido a la cintura. Y cuando se refiere a la Virgen de la Amargura, de la escuela de Astorga del siglo XIX y de autor desconocido, habla en términos superlativos. «Es una joya. Es una de las grandes desconocidas de la Semana Santa de Utrera», lamenta con rictus serio. La dolorosa procesiona hoy con una elegante presea de plata. Curiosamente, la imagen perteneció hace siglos a la hermandad de la Flagelación de El Puerto de Santa María, que hoy en día procesiona en la tarde del Domingo de Ramos a una dolorosa que ha mantenido idéntica advocación y que responde a la gubia de Castillo Lastrucci. Avatares de la historia de una cofradía nacida al abrigo de la patrona y que hoy reinará en solitario por las calles de Utrera.