Concierto silvestre

La Sociedad Silvestrista de Los Palacios y Villafranca organiza un certamen de canto campero de jilgueros y mixtos que busca aumentar esta afición ornitológica en la comarca del Bajo Guadalquivir.

el 16 mar 2014 / 23:30 h.

15590619 Tres de los ejemplares de mixtos, cruces con jilgueros con canaria, que participaron el sábado en el encuentro.

Era la segunda vez que los silvestristas palaciegos se reunían con la excusa de un concurso de canto de pájaros desde que se organizaran como asociación a finales del año pasado. Fue este sábado en su sede de la calle Portugal, en el confín del pueblo que limita con el descampado de El Horcajo, entre pencales silenciosos y un cielo límpido que permitía a estos hombres –no había mujeres– de oído finísimo apreciar las sutiles coplas de unos pajarillos que han criado dedicándoles «muchísimas horas al día», como señala Antonio Morato, vicepresidente de la sociedad, orgulloso de que en el Abierto del sábado participaran más de medio centenar de propietarios de jilgueros y mixtos -cruce de jilguero con canaria.

Desde primeras horas de la mañana, silvestristas llegados de diversos puntos de Sevilla y Cádiz sacaron sus transportines de camuflaje parecidos al del ejército de tierra, sus jaulitas, sus pajareras y sus piensos, dispuestos a dejarse regir por el jurado del Colegio Andaluz de Jueces de la Federación Andaluza de Caza, que en este caso era el propio presidente de la asociación local palaciega, Rafael González. Mientras los participantes –unos, viejos conocidos; otros, que se conocían allí mismo– departían en torno a la sede silvestrista sobre las posibilidades de cada cual, al juez le reservaban una silla y una mesa aparte, a varios metros, frente a tres hierros dispuestos en paralelo donde cada participante coloca su jaula con su pájaro dentro y se retira a ver qué pasa.

Entonces llega el momento decisivo: el juez afina el oído, y escucha el canto espontáneo de cada pajarito. Cada cual a lo suyo. Uno salta en la jaula, come y canta. Otro no se mueve. El tercero canta mucho o de repente se calla. Cualquier profano no pasa de oír el pío pío de estas avecitas de patio casero. Pero el juez califica, mientras sus dueños, a varios metros, se ponen nerviosos, como si un hijo les estuviera haciendo un examen. El juez valora los bibleos de cada jilguero. «Mira, ha hecho un bibleo rematado, así que no tiene dos puntos, sino tres», susurra González, que ya se ha percatado de tableteos o del cascabel del pájaro de la punta. Sobre la planilla examinadora que tiene delante, va apuntando si oye otras coplas con o sin remate, incluso las penalizaciones por pinzonadas, ruladas, rajadas o pirreos. Se trata de vicios que si en vez de pájaros camperos fueron enseñados habrían sido corregidos ya. El juez, aunque charle con el periodista, mantiene agudizado el oído. «Para mí es fácil porque llevo más de veinte años en esto». Se le nota por los gestos de su cara: de disgusto cuando el pájaro repite el torreo, que es una nota redundante, que empieza a sonar monótona. Cuando ha apuntado las facultades cantoras de cada pájaro, grita “¡Tiempo!”, y acuden serios los dueños, a recoger sus jaulas. Alguno tiene ilusión en conseguir uno de los cinco premios de jilguero o de los dos de mixtos, consistentes en material propio de la afición.

A un extremo de la sede, han llegado temprano vendedores ambulantes que informan de la mercancía en su argot. Traen vitaminas, colorantes, piensos, jaulas de distintos tamaños, voladeros, redes de captura, medicamentos, pasta de crías, bebederos, bañeras, anillas, palos de reposo, nidos, libros, fotografías, sales de baño... A los aficionados parece interesarles todo. Preguntan, se ríen, regatean... Alguno sopesa los precios, para comprar algo al final quizá, después del almuerzo de convivencia que se preparará enseguida. Otros preguntan a sus colegas si los pardillos o verderones que tienen en la jaula están en venta. «Hay pájaros muy valiosos», explica González. “En Archidona se ha llegado a vender uno hace poco por 12.000 euros”. Es una excepción, sin duda, pero un dato revelador de los extremos a que puede llegarse en esta afición donde cualquier pajarillo enseñado puede venderse por 100 euros. Los pájaros aprenden desde que son pichones «o bien con un maestro» –un pájaro cantor que se le pone al lado– «o bien con una cinta, un CD o un pen drive». Los aficionados se pasan archivos sonoros que son grabaciones de cantos  para que aprendan los nuevos, y sin necesidad de pentagrama dilucidan seis notas, ocho notas, magníficos pájaros cantores... Entre los aficionados se percibe un malestar porque una sombra de prohibición sobrevuela su pasión. La Unión Europea prohíbe desde hace décadas la caza de aves silvestres para dedicarlas al canto. Y en comunidades como Cataluña o Castilla León ya se ha legislado en este sentido. En Andalucía, por ejemplo, no. «Es que no es lo mismo caza que captura», matiza Rafael González. Los proteccionistas aducen que frente a la práctica de la captura de su hábitat natural existe la alternativa de la cría en cautividad. En España, se calcula que se captura cerca de un millón de pájaros para su adiestramiento para el canto e hibridación con otras especies. La Real Federación Española de Caza no comparte la visión del prohibicionismo porque, en su opinión, no se trata de una actividad cinegética a efectos del ordenamiento jurídico y defienden que «constituye una explotación admisible, siempre que se respeten límites para la conservación de determinadas especies». Recuerdan, además, que el daño que se ocasiona a las poblaciones de estos pájaros es «ínfimo, comparado con el del uso masivo de herbicidas y plaguicidas». «Los partidos políticos tendrían que apoyarnos», reclamaba el sábado un corro de silvestristas en Los Palacios.

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