Feria de Abril

Conjunción de sevillanas y manzanilla

Las sevillanas y la manzanilla deben ser de las cosas que más unen pasado y presente.

el 05 may 2011 / 20:24 h.

La Feria sin farolillos no es del todo la Feria. Comenzó sin ellos en días de mal tiempo: el Ayuntamiento se ahorró un buen dinero y todos nos ahorramos esa penosa visión de derrota que son las hileras de bombos rojos y blancos convertidos en guiñapos por la lluvia, esas formas de alumbrar que descubrió Marco Polo en China hace 800 años y que Gustavo Bacarissas clavó -va a cumplirse un siglo- en el diseño que el Ayuntamiento le encargó para el ferial.

En cuanto salió el sol los pusieron; iba por el albero de las aceras el camión de siempre pero quienes los colocaban, de pie sobre su caja, eran nuevos; mejor dicho, nuevas. Mujeres con caras de sudamericanas y de Europa oriental que pasaban quizás por primera vez por el Real sin pisarlo, eran el símbolo de la integración en una fiesta en la que -como hace mucho sucedía con las clases menesterosas- los que han llegado sólo con la fuerza de sus brazos van entrando lentamente y empezando por los escalones más bajos de la escala social.

Sin embargo, la Feria siempre fue un ámbito abierto para cuantos vinieron y vienen por otros caminos y con otros recursos: antes arribaban gentes de clases altas o con relaciones comerciales; ahora las traen también los programas Erasmus. Algo así habrá hecho aterrizar en Sevilla a la israelí que baila una sevillana: lo hace correctamente; es más, su pareja es un indígena que tiene poca idea de por dónde ha de dar las vueltas y mueve las manos sin la más mínima idea. Ella lo guía sin darse cuenta de que le están cantando una seguidilla bíblica, la de "Dalila infame/ mientras Sansón dormía/ Dalila infame/ los hilos de la fuerza/ supo cortarle..."

Cuando termina y le pregunto si ha escuchado la letra, me dice que no. Así que le digo que ha estado bailando la historia del capítulo 16 del Libro de los Jueces y se queda muy sorprendida. Pero enseguida se sobrepone y contesta que es muy natural porque aquí todos somos judíos y mi segundo apellido -Naranjo- se lo confirma. Ella dice que es sefardí porque su familia procede del delta del Danubio, de un pueblo que debe caer cerca de Ruse, donde nació el Nobel Elías Canetti. Como aquí todos somos judíos, las sevillanas también son suyas. Convencido por el argumento me he ido a la puerta y me he topado con una tertulia en la que opina Bob, un londinense del Chelsea -sienta reales de aficionado torista-. Bob no es un erasmus sino un habitual de las Ferias de Abril (llevo viéndolo unos 20 años en el mismo sitio y a la misma hora). Está entre el Richard Harris del principio de Un hombre llamado caballo y un vinatero jerezano; antes era un ferviente partidario de Espartaco y ahora no sabe muy bien por quién decidirse. Por eso sólo pregunta si estarán muy difíciles las entradas para ver los Miuras.

Mientras la interrogación flota en aire he saludado a Paquito Acosta, el sindicalista del 1001, que había quedado con alguien en la Casa de Jaén (quién sabe si la amistad la haría en los años que pasó en la cárcel de esa ciudad que era la que albergaba a los políticos) y por su lado ha pasado Kanouté en medio de una pequeña algarabía y el comentario de alguien -seguro que un bético- que ha dicho que le hace falta un cañonazo de jamón, sin caer en la cuenta, naturalmente, de que es musulmán. Pero ése es el ambiente que reina en el rectángulo de la ciudad de lona y de papel de una semana y que llega a su punto justo -el puntito- en la conjunción de las sevillanas y la manzanilla.

UNA FIESTA CON HISTORIA

Las sevillanas y la manzanilla deben ser de las cosas que más unan en el mundo, a las personas y también al pasado y al presente. La manzanilla sólo existe desde el siglo XVIII, aunque ese sólo resuma trescientos años. Pero sevillanas se han creado en todas las épocas, desde los siglos de las jarchas hasta hoy pasando por Lope de Vega; luego, como es natural, van quedando las buenas, que siguen cantándose y bailándose ya por los siglos de los siglos amén. En uno de sus artículos sobre literatura popular Gerald Brenan decía a los británicos, para marcar las diferencias entre el peso de este campo en Andalucía y en Gran Bretaña, que allí la recopilación de todas las canciones supervivientes de los siglos XVIII y XIX cabrían en un volumen escaso mientras aquí llenarían cientos de libros: la Feria es una prueba viviente de ello. ¿Cuántas sevillanas distintas pueden haberse cantado y bailado cuando las luces de la portada se apaguen en la madrugada del lunes?

En una sociedad tan habituada a la estadística no creo que haya nadie ni nada que sea capaz de dar una cifra aproximada. Pero si la diera estaría únicamente tocando un aspecto muy superficial, el cuantitativo, porque después vendrían los que tendrían que clasificarlas por épocas, por temas, por intérpretes... Se necesitarían diez o doce Rodríguez Marín para hacerlo. Como esa reunión de genios no existe, es el tiempo el que las espiga y acrisola para que la gente las cante o las baile sin pensar; aunque cuando brota alguna de las clásicas llegue hasta los Romeros de la Puebla, los Hermanos Reyes, los Amigos de Gines... Los intérpretes y grupos de los años en los que la fiesta de Abril se democratizó. Disquisiciones aparte, las calles del Real son ahora mismo, como lo fueron siempre, un hervidero de gente, caballos y carruajes, un firmamento a ras de suelo en el que se mezclan todos los colores en un continuo movimiento e intercambio de pinceladas que ningún pintor impresionista podría haber captado. De la Feria fueron dejando sus impresiones Salvador Rueda, Fernando Villalón, Rafael Laffón, Cansinos Assens..., para la Feria hicieron magníficos carteles Juan Miguel Sánchez, Bartolozzi, Francisco Hohenleiter, Martínez Baldrich, Santiago Martínez... pero ninguno pudo captarla del todo ni literaria ni pictóricamente: eso era una misión imposible.

El día va cediendo el paso a la noche y la manzanilla sigue, acompasadamente, ese cambio de horas. Las casetas se han tornado más reposadas; ya no existen las relaciones públicas de mediodía y primeras horas de la tarde. Ahora todo va tomando un aire de familia. Las sevillanas vuelven a tomar protagonismo: se desgranan unas tras otras en la caseta en la que se ha formado el corro de la fiesta. Algunas son bellísimas y traen hasta 2011 reflejos de las estampas que de la Triana tras el puente pintó en sus cuadros Sánchez Perrier: "Yo tengo una ventana que mira al río / y recojo camarones con el vestío..." entona una voz cadenciosa. Únicamente reflejos, porque eso, de verdad, no puede pintarlo nadie.

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