Cultura

Coplas del querer y no poder

Dije en una ocasión que Miguel Poveda me parecía un copista del cante con mentalidad de cantante y casi tengo que pedirle protección a Rubalcaba. Ahora, con su inclusión en el mundo de la copla, estoy totalmente convencido de lo que dije

el 16 sep 2009 / 04:06 h.

Dije en una ocasión que Miguel Poveda me parecía un copista del cante con mentalidad de cantante y casi tengo que pedirle protección a Rubalcaba. Ahora, con su inclusión en el mundo de la copla, estoy totalmente convencido de lo que dije: el cantaor de Badalona, al que no le niego su atributo jondo ni su más que merecido éxito, estará toda la vida remedando. Dijo Juan Valderrama -el auténtico- que hay que tener siempre un sello, aunque sea de Correos. Poveda lo tiene, pero no en el cante ni en la copla: es un sello en sí mismo, es Poveda, o sea, una marca, un muchacho carismático que cae bien y que, aunque cante como Dios, es lo menos parecido a un flamenco que podemos llevarnos a la vista.

A mí me importan un bledo sus estilistas, si los tiene, cómo se peina o la manía suya de ocultar las carnes que cree que le sobran. En el cante flamenco nunca hemos perdido el tiempo con esas bagatelas y adorábamos la luminosa calva de Mairena y el generoso mondongo de Farruco, por no hablar de las enormes orejas del Niño de Fregenal. ¿Alguien vio alguna vez la cojera de Enrique el Cojo o la ceguera de la Niña de La Puebla? ¿Nos importa acaso la tartamudez de El Carbonerillo o la mudez de Rancapino?

Miguel Poveda es un monstruo, está pasado de compás, cuadra el cante como Dios y tiene en la garganta los pinceles de Murillo remojados en manzanilla de Sanlúcar. Pero para el cante jondo le falta profundidad y no aporta grandes cosas, y para la copla, sinceramente, aún no da la talla porque tiene que aprender a interpretar las canciones sin resultar teatral, le falta voz para no ser anulado por la orquesta y arte para andar por la tarima como lo hacía Caracol o lo hace Gracia Montes.

Y, sobre todo, un estilo, el suyo, como lo tuvieron Caracol y Valderrama, dos genios del cante jondo que, en efecto, como dijo el propio cantaor en el escenario, cantaron la copla. ¡Pero cómo la cantaron! Poveda no es que no sepa cantarla, es que es un puro remedo. Y como tiene el apoyo insobornable de un público que lo seguiría hasta el mismísimo infierno, se puede permitir el lujo de encerrarse en el Lope de Vega durante dos horas para autohomenajearse con su pretendido homenaje a la copla, a la música de su infancia, la que salía de la radio de su madre.

Tiene mérito lo que hizo, pero he de confesarles que me aburrí como se aburriría Federico Jiménez Losantos escuchando un monólogo de Zapatero. Salvo cuando cantó a la guitarra los cuplés, que es algo que se le da bastante bien a este nuevo artista.

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