Cuando Blanco White hubo de ganarse la vida guiando a los ingleses por Andalucía (las Cartas de España son, en definitiva, una Guía Turística) dedicó páginas a hablar de los cortijos, las haciendas y sus fiestas señoriales; de una de ellas -sólo que pintando su lado popular- trata también una de las Cartas Marruecas de Cadalso. La hacienda y el cortijo son para esa época lo que las villas toscanas para El Decamerón o Donnafugata en El Gatopardo: paraísos aislados de la cotidianidad; su nombre mismo lo indica porque se levantaron o se enriquecieron cuando los señores que habían dirigido el Imperio en tiempos de los Austria fueron apartados de las tareas de gobierno con la llegada de la nueva casa reinante a comienzos del XVIII.
Cortijo es una Corte pequeña, enclavada siempre en paisajes hermosos de tierras antes productivas, en la que esos nobles se "independizaron" con todos los elementos de una vida principesca. Cuando desapareció la sociedad agraria, los cortijos y haciendas quedaron como viudas desvalidas. Por eso me parece de largo alcance el plan de Turismo para fomentar su conversión en hoteles. Impedir que quedaran abandonados a su suerte -algo que comenzó hace años Obras Públicas con su catalogación- era ya por sí misma una gran tarea de defensa del patrimonio; intentar ahora que vuelvan a la vida con este cometido significa volver a meterlos en el PIB.
Escritor e historiador
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