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Cosas raras que hace la gente

Servidor busca socio capitalista para poner en marcha un pedazo de proyecto empresarial: comercializar camisas de capillita con el jersey ya amarrado al cuello de fábrica. Esta fantástica idea germinó espontáneamente...

el 15 sep 2009 / 01:55 h.

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Servidor busca socio capitalista para poner en marcha un pedazo de proyecto empresarial: comercializar camisas de capillita con el jersey ya amarrado al cuello de fábrica. Esta fantástica idea germinó espontáneamente, cual jaramaguillo de cuneta, mientras contemplaba desde la barra del Café de Indias de la Encarnación a 824 ejemplares de semejante guisa entrando allí en pandilla a por un vasito de agua.

Se sabía que eran capillitas no por la indumentaria, sino por los flequillos; hay una clase de flequillo que sólo usan los priostes, que es el pelo cayendo hacia un lado y luego haciendo así. Si ustedes ven un día un flequillo que responda a dicho retrato robot y que no sepan cómo clasificar, griten a todo pulmón junto a este servidor: "¡Ése es prioste!".

O diputado mayor de gobierno, que también puede ser y que es una variante humana muy resistente a la alopecia. Qué mérito, lo de encontrar hueco en el café. Mérito y valor, pues un poco más allá, en la chocolatería de esquina con Puente y Pellón, había gente aparentemente dispuesta a clavarle una navaja en el muslo a quien se le colara para pedir unos churritos.

Hay que ver: 357 días al año pasando por allí a palo seco, con aquello vacío, y tiene que esperar uno a Semana Santa para que se le apetezcan unos calentitos, allí apretujado todo el género humano, bazo con bazo y rabadilla con rabadilla (bazo con rabadilla también se ha visto a veces, pero ayer no. Y uno habla de lo que ve).

Menos gente que el Domingo de Ramos, dónde va a parar. Aunque nadie lo diría ante el espectáculo de la muchedumbre ocupando Martín Villa enterita, hasta Orfila, para ver la copa del olivo del Beso de Judas en sus ramas más altas. Hasta que no funden una cofradía donde salga Judas ahorcado, desde allí no va a haber nunca quien vea nada de nada.

Sobre todo porque la Semana Santa está pensada para que a uno le dé el sol en la cara, viéndola. Pero el respetable persiste en éste y otros empeños, es curioso. La gente hace cosas, sí. Cosas raras.

Alrededor del puestecillo de Ponce de León, por ejemplo, había un enjambrillo de ciudadanos comprando para los chiquillos las mercancías allí expuestas, a saber: un martillo pilón, una katana, una corneta, un tambor... en fin, lo que cualquier padre sensato pondría en manos de un niño de cuatro años, para tenerlo callado. Craso error: los niños, siempre que endiñan dan un grito a modo de acompañamiento musical. Salvo que tengan la boca callada con una trompeta.

Pues éste es el tipo de cosas que hacían ayer los seres humanos de Sevilla capital. Otra: arrojar a las papeleras los taburetes plegables de los que hablábamos ayer, que por lo visto no aguantan cofradías con más de 300 nazarenos.

En la Plaza Nueva los había tirados a porrillo. Por cierto, que es muy digno de mención el hecho de que los orientales que venden esos artilugios hayan desarrollado una campaña de comercialización bastante agresiva; de hecho, te dan en la cabeza con el chisme, porque los venden cuando viene la cofradía y no encuentran otro modo de publicitarse entre su público objetivo.

El día dejó dos frases anónimas para la posteridad. Una, de un padre desesperado a su hijo: "Luego cuando te dé un guantazo no llores." La otra, de una señora: "No es tanto el calor como la sensación de calor." Hombre, es probable que el matiz interese a quien no salga a la calle un Lunes Santo con otro propósito que elucubrar sobre el punto de ebullición del amoníaco.

¿Significa eso que hacía calor ayer? Pues... bueno, a las 15.40, cuando el Cautivo pasaba por el Caballo, estaba todo el suelo lleno de cera. Y los cirios iban apagados, conque... Por otra parte, en la Avenida de la Constitución, diez minutos después, había un japonés con un gorro de lana decorado a la lapona y con orejeras.

El mundo es un misterio; un misterio de Ortega Bru, por más señas. Y luego van y empiezan las ventoleras, y el pelo se le pone a uno que la gente lo mira y bisbisea, como diciendo ¡Mira al prioste ése! Menos mal que luego vienen los chinos arreglando a taburetazos los peinados del respetable. Porque hasta en esto es perfecta la Semana Santa.

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