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Coyuntura

Si bien los políticos acostumbran a ser tan atrevidos como para ofrecer análisis y predicciones contundentes en torno a la situación y evolución a medio plazo de la situación económica, a los economistas nos cuesta más trabajo lanzarnos gratuitamente al ruedo para exponer nuestra postura.

el 14 sep 2009 / 23:48 h.

Si bien los políticos acostumbran a ser tan atrevidos como para ofrecer análisis y predicciones contundentes en torno a la situación y evolución a medio plazo de la situación económica, a los economistas nos cuesta más trabajo lanzarnos gratuitamente al ruedo para exponer nuestra postura.

La explicación bien pudiera estar en que nos lastra la pretensión de decir algo relevante, sensato y de alguna utilidad por lo que respecta a los temas sobre los que nos pronunciamos y en los que se nos supone competentes. No es en lo único en que fallamos los economistas. No hemos sido capaces de trasladar a la sociedad una cultura económica elemental que hiciese al público más exigente con los argumentos que sustentan los eslóganes electorales, una cultura, en suma, que permita a la gente poner en evidencia a los peligrosos charlatanes a la Fujimori. La cosa viene hoy a cuento del debate sobre la crisis económica que la oposición opta por glosar aplicando la visión túnel, esto es, abundando en los malos datos que van surgiendo en España ocultando el alcance mundial del declive. Todo lo que uno se atreve a decir sobre la coyuntura económica a día de hoy es lo que sigue. La prolongada fase expansiva de la economía mundial, apoyada en una inflación moderada, parece encontrarse frente a su primera prueba de fuego. El detonante, archiconocido a estas alturas, es la caída, o más bien la forma en que se ha producido la caída, de una sección del mercado hipotecario americano, dejando a las claras, además, que la supervisión de las entidades financieras ha fallado; la prueba es que a día de hoy desconocemos cómo se han visto afectadas cada una de ellas. La consecuencia ha sido un retraimiento del crédito y una pérdida general de confianza, que las autoridades monetarias se esfuerzan por paliar de una manera bastante razonable.

Un segundo problema es que estas turbulencias han activado los efectos negativos de una serie de desajustes que hasta ahora no lograban entorpecer el intenso crecimiento, como son la intensa subida de precios de las materias primas, los desequilibrios exteriores y el excesivo endeudamiento de las familias. Nadie sabe cómo afectará todo a lo anterior a la economía real. Las tensiones inflacionistas muy bien pudieran frenarse en un escenario de mayor prudencia crediticia, y las entidades de crédito recomponer sus carteras olvidándose hasta que vuelvan a acordarse de aventuras tipo subprime, con lo cual la crisis podría no haber sido más que un sarampión. Por supuesto, también es viable un escenario inverso, con un comercio mundial seriamente encogido si se concreta un menor tirón del consumo americano.

Si acaso tiene algún rasgo privativo la coyuntura española en el escenario global es la aparición de síntomas de cambio de ciclo en un sector tan pujante hasta ahora como el inmobiliario y de construcción, atribuibles en buena medida a una pérdida de confianza. Ahora bien, como saben tirios y troyanos, esta menor confianza es un dato económico como otro cualquiera, pero que termina teniendo consecuencias reales, por lo cual meter miedo podrá ser una estrategia irresponsable pero no ineficaz, para los que pretenden algunos objetivos inconfesables. También ocurre que, frente a ello, la economía española dispone de algo tan poco frecuente en otros países como unas cuentas públicas con superávit que deberían, objetivamente, consolidar la confianza de consumidores y empresarios.

José Sánchez Maldonado es catedrático de Hacienda Pública

jsanchezm@uma.es

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