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Crónica de un abrazo

La ruta de puertas abiertas por la Sevilla del 29 llega al Museo Militar de la Plaza de España.

el 12 jun 2014 / 00:22 h.

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15821040 Un visitante camina por la galería de la Plaza de España, donde se encuentra la nueva etapa de esta ruta del 29. / Javier Díaz Un chiquillo moreno de tres o cuatro añitos se acerca correteando al pie de la escalera de la Torre Norte, dejando atrás a una mujer de rasgos árabes y con el cabello recogido en un pañuelo que empuja un carrito de bebé: «¿Puedes ayudar a mi madre? ¿Puedes ayudar a mi madre?», insiste perentoriamente. Entonces el interpelado toma en sus brazos el carrito, que envuelve una carita repleta de rizos y de ojos abiertos, y lo sube hasta la galería, obteniendo por su gentileza la recompensa de una sonrisa modosa. La familia se pone en la cola de Extranjería, repleta de gente apoyada en la pared o repartiendo su peso de una pierna a otra, y viceversa. De por aquel rebujo aparece una señora mayor caminando al pairo:«Oiga, ¿usted sabe dónde es lo que dice este papel?». El impreso habla de últimas voluntades. Un guardia civil que ronda por allí, al lado del mirador, asume el caso y la orienta, mientras un puñado de vencejos irrumpen a chillido limpio y los japoneses de una excursión, sin tiempo de preparar las cámaras –habrase visto–, agachan las cabezas y se sacuden el pelo, como temiendo que les haya podido anidar alguno. Y casi sin querer, empujado por la vida rampante de este tesoro de ladrillo visto, se planta uno en la puerta del Museo Militar, otra de las escalas (una de las más sorprendentes, melancólicas y hermosas) de la ruta de puertas abiertas por los pabellones de la Sevilla de 1929. Pues, para quien todavía no lo sepa, durante parte de este mes se podrán visitar gratis, en determinadas fechas y a ciertas horas (no siempre las mismas) algunos de los edificios creados para la Exposición Iberoamericana de Sevilla. Una idea del Ayuntamiento en la que se incluye este museo que los sevillanos, por cierto, pueden recorrer gratis siempre que les dé la gana. Porque la idea no es tanto la entrada a dicha institución como el colocar un hito en la Plaza de España, incluirla de alguna manera en este itinerario al que no podía faltarle la joya por antonomasia de aquella Sevilla de hace un siglo. Siempre se podría haber visitado Extranjería. Tal vez para el próximo centenario. 15825578 Detalle del vagón de tren que se reproduce en el interior del Museo Militar. / C.R. «¡Qué va!», dice el guarda, simpatiquísimo. «¡Se les habrá acabado el dinero, porque aquí no han dejado folletos como en los otros sitios!». Se refiere el hombre a los trípticos que ha editado el Ayuntamiento para ponerlos a disposición del público en los pabellones incluidos en esta selección. No es lo único que se les ofrece: también un plano muy bonito y un pasaporte de cartulina naranja para que se lo vayan acuñando en los distintos destinos, con la promesa de un concurso para los que lo completen. En efecto, no hay folletos en el Museo Militar, pero tampoco hacen mucha falta por dos razones: la ya mentada de que el protagonismo no es suyo, sino de la plaza entera; y, por otra parte, que todo está clarísimo. La exposición está perfectamente explicada durante la visita gracias a los rótulos que van indicando qué es cada cosa. Y por si fuese poco, el contenido es tan fascinante que la imaginación del paisano pondrá el resto cuando haga falta. 15821038 Las viejas placas de los trenes también se conservan en esta sala. / C.R. Si alguien se piensa que aquello se resuelve con tres o cuatro grandes maquetas, una vitrina repleta de polainas y casacas apulgaradas y cuarto y mitad de arcabuces, pistolones, fusiles y bayonetas, está muy pero que muy equivocado. El Museo Militar puede provocar, a poco que uno ponga de su parte, auténtica fascinación. De entre los muchos objetos responsables de este impacto, cabe destacar dos: una máscara antigás para caballos, procedente de Bosnia, y la reconstrucción de un vagón de tren al fondo de una de las salas, con un falso paisaje de campo visible desde sus ventanillas y con las cestillas cubiertas de viejas maletas de piel y cartón. Regimiento de Movilización y Prácticas de FF.CC. 14 Unidad VI Batallón, dice la inscripción, y uno se imagina esos bancos mustios de madera repletos de quintos fumándose las colillas hasta las uñas, camino de sabe Dios qué frente, qué maniobras, qué riada o qué centro de instrucción comido por las chicharras. En la Sevilla del 29 todo puede ser emocionante, hasta un Museo Militar. La Plaza de España entera lo es. Allí cerca, bajando por la misma escalera del chiquillo morenito, se topa el paseante con un retablo cerámico muy curioso. Representa el alzado del edificio, con una numeración repartida sobre el mismo que señala lo que había antiguamente en cada una de las partes que lo componen. Por ejemplo, en los dos extremos, el norte y el sur, estaban respectivamente el Gobierno Civil y la Comandancia de la Guardia Civil. El centro, tan sobresaliente él, era para la Capitanía General de la IIRegión Militar. Y entre unos y otros, por allí salpicadas, estaban oficinas e instituciones como la Magistratura del Trabajo, la Comisión Geográfica del Ejército, el Economato Militar Regional, la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir, el Instituto Nacional deColonización, la Jefatura Agronómica, el Instituto Geográfico Catastral, la Jefatura de Minas, la Real Academia deMedicina, el Servicio Nacional del Trigo, la VDivisión Hidrológica y Forestal del Guadalquivir... El visitante que, plantado ante esos azulejos, se acuerde de pronto de lo que ha pasado con la Isla de la Cartuja caerá en la cuenta de que todo es lo mismo, siempre y en cualquier época: pasan los fastos y los edificios nobles se los reparten a modo de oficinas las instituciones, los organismos, los inventos administrativos, la burocracia mil veces rebautizada. También, como sucedió en el solar de la Expo 92, fue un rey quien puso la primera piedra de la Plaza de España: Alfonso XIII, el 23 de marzo de 1914, es decir, hace cien años. Los mismos que acaba de cumplir también el Parque de María Luisa. Razón por la cual se ha organizado esta voluntariosa ruta de la memoria. Y razón por la cual se incluye en ella este edificio sin igual construido en forma de abrazo de 200 metros de envergadura que mira al río de los viejos navegantes, o sea, que abraza a América. El que vaya por allí puede fijarse en las torres de 74 metros, en los artesonados de primera, en la cerámica preciosa y, por supuesto, en los bancos. No hay nada parecido. Pero también puede colocarse al pie de una de sus augustas escaleras por si le hace falta a alguna inmigrante que se le eche una mano. Aunque solo sea por llevar el abrazo más allá de su faceta meramente conceptual.

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