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Cuando la pasión hace al monje

el 22 jul 2012 / 15:47 h.

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1992. El Real Betis Balompié está a punto de desaparecer al no poder afrontar su conversión en  sociedad anónima. El club hace un llamamiento desesperado a los béticos. A miles de kilómetros, un recién doctorado en Física por la Universidad de Sevilla de estancia formativa en Estados Unidos decide invertir sus modestos ahorros en el equipo y convertirse en pequeño accionista. Antonio Ramírez de Arellano (48 años dentro de dos días) se convirtió el pasado mes de febrero en el rector de la Universidad de sus amores, la Hispalense, siguiendo los dictados de su corazón, tal y como hizo con el Betis hace 20 años.

Ramírez de Arellano es un universitario de los pies a la cabeza. De su padre, de quien heredó el nombre, aprendió a profesar un profundo respeto y entrega a la institución universitaria. Por la defensa de su independencia peleó desde muy joven. Fue miembro muy activo del Consejo de Alumnos de la Universidad de Sevilla (Cadus), que en la década de los ochenta, con estudiantes de todas las tendencias y clases sociales, defendió con la palabra su deseo de una Universidad más democrática y abierta.

Ramírez de Arellano ha ocupado en la institución sevillana todo tipo de cargos académicos: Decanato de Física, dirección del Citius, vicerrectorado de Posgrado, en el de Infraestructuras… Pero no piense mal, querido lector. El actual rector de la Universidad de Sevilla no responde al caso tan típicamente español de escalar puestos de poder sin que se le conozca currículum alguno. Ramírez de Arellano es autor de más de 150 publicaciones científicas nacionales e internacionales, ha participado como investigador en más de 30 proyectos y contratos de investigación básica e industrial (entre ellos con la NASA) y es autor de cuatro patentes. Consiguió la cátedra de Física de la Materia Condensada y es licenciado en Económicas.

Montó su propia empresa, y desde 1992 hasta 2000 estuvo formándose en diferentes instituciones americanas. Quizás sea esta apabullante carta de presentación lo que impidió al ministro José Ignacio Wert lanzarse a su yugular cuando, tan solo dos meses después de ser elegido rector, Ramírez de Arellano fue el primer rector de España que alzó la voz alto y claro contra las políticas y las formas del titular de Educación. El hasta entonces tertuliano de la Ser aterrizó en el ministerio acusando a las universidades de despilfarrar y alentar altas tasas de abandono, lo que hizo estallar al flamante rector. Ramírez de Arellano le replicó con un discurso aplaudido en todos los frentes.

Quienes conocen a Arellano destacan de él su insobornable optimismo. Y ha tenido motivos para venirse abajo. En los escasos cinco meses que lleva al frente de la Universidad de Sevilla, al rosario de conflictos que ha tenido que abordar no le ha faltado un perejil. Ni dentro ni fuera de la Casa. Fuera: recortes y más recortes que van a obligar a hacer encaje de bolillos para que la Universidad siga siendo competitiva. Dentro: suspensión de jubilaciones anticipadas por una investigación alentada desde la Fiscalía, paro académico inédito de los estudiantes durante dos semanas que le llevó incluso a plantear un cambio de la normativa que lo regula al entender que hay muchas vías de agua en la misma y, sobre todo, el derribo en los próximos días de la biblioteca del Prado. En este tema, Ramírez de Arellano no ha ocultado nunca su amargura. Pero prefiere guardar silencio sobre los entresijos de la historia (que los hay y muy jugosos). “¡Ay, amiga!”, contesta una y otra vez a la periodista.

Hombre de sonrisa fácil y contundente y amigo de la Cruzcampo bien fría de la Bodeguita San José rodeado de los compañeros cadusinos, Ramírez de Arellano comparte con su antecesor, Joaquín Luque, el gusto por el trabajo, pero frente al estilo germánico de éste, el actual rector prefiere levantar el pie del acelerador para que su equipo no gripe. La cultura del esfuerzo que tanto pregona el PP es innata a Ramírez de Arellano. No se pone ningún límite. Quizás el tener que privarse de algún que otro placer culinario es lo único que puede agriarle el carácter. Nada que no cure una buena tapa de tortilla.

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