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"Cuando sentí los gemidos de los ancianos, volví a subir"

Salvador fue la primera persona que dio aviso y se adentró en el incendio.

el 09 feb 2010 / 20:58 h.

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Juan Salvador. El joven se implicó en un improvisado rescate.

Dos grandes desgracias son las que ha tenido que sufrir María José Gutiérrez en menos de una semana. La noche del lunes, su hijo Juan Salvador le ayudaba a recoger sus pertenencias tras la defunción del hombre para quien trabajaba como asistenta. Todavía no sabía que esa noche serían seis personas más las que fallecerían en un incendio cercano, y que su propio hijo sacaría en brazos a uno de los supervivientes.

"Escuchaba chasquidos, escuchaba crujir de madera", cuenta Salvador. El joven, de 30 años de edad, había acudido al colegio privado concertado San Miguel, donde tenía el domicilio su dueño, el recientemente fallecido Ricardo Lucena. Su madre, tras 11 años a su servicio, había acudido a recoger sus pertenencias. "Tenía ahí casi mi casa", explica María José.

Mientras un taxi daba señales de estar ya en la calle para recogerles, el olor a quemado se hizo notorio. Nada más bajar del colegio descubrieron su procedencia y dieron cuenta de ello al taxista de inmediato para que avisara por la emisora a los servicios de emergencia. "Llamé al timbre, y una de las enfermeras me abrió muy nerviosa", cuenta Salvador.

Mientras una de las asistentas intentaba contactar con urgencias, la que abrió la puerta le acompañó a la segunda planta, donde se dio origen el incendio. "No se veía absolutamente nada", explica Salvador. A pesar de ello, intentaron dar golpes en las puertas de las habitaciones para así despertar a sus moradores. "La chica me dijo entonces que era para nada, porque estaban impedidos y no se podían mover".

"Era un infierno, hacía un calor increíble". Según el joven, éstos fueron los motivos, junto a la falta de oxígeno, que le hicieron desistir. Pero conforme bajaba a la planta inferior, algo le hizo detenerse: "Sentí los gemidos de los ancianos que se estaban quemando. Esto me sobrecogió, y subí otra vez".

Salvador echó entonces mano de su sangre fría y descendió a la más habitable primera planta. Allí se dispuso a sacar a una pareja que se encontraba durmiendo en una de las habitaciones. "La mujer no se creía que había fuego", cuenta, "por lo que tuve que enseñarle las llamas que se veían por el balcón". Al contrario que la anciana, el hombre que estaba postrado en la cama no se podía mover. "Abría los ojos con cara de espanto, pero no movía el resto del cuerpo".

Mientras bajaba las escaleras con el anciano en brazos, el primer agente de policía entraba ya en la residencia. "Me ayudó a terminar de bajarle, y me dijo que me pusiera a mojar prendas". El turno pasaba entonces a los policías y a los servicios de emergencia que se aproximaban a la zona. "Tardaron entre cinco y siete minutos", defiende.

"Sentí una soledad terrible, me sentí muy muy solo allí arriba". Con la mirada perdida, Salvador empieza a reflexionar sobre lo sucedido y sobre la proximidad con la reciente muerte de la persona que su madre cuidaba: "Aún lo estoy digiriendo". Cuando es cuestionado por su hazaña, él contesta: "Sólo soy una persona que estaba esperando un taxi".

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