Un viejo andalucista, luchador superviviente -en eso consiste su gusto- se queja con amargura de la poca acogida mediática de su Congreso; un parroquiano cercano -votante confeso- apostilla: sí sale, en sucesos. Suceso, sucedido, chiste, chascarrillo, da igual, ha terminado el cónclave andalucista y la sensación es que no ha pasado nada, que el reloj se paró y no precisamente por la misma razón que suele hacerlo en La Maestranza.
No ha pasado nada porque la dirección renovadora que ha llevado a la ruina institucional al andalucismo, al dictado del Gran Hermano, no ha rendido cuentas, como si se tratara no del andalucismo sino del rusismo, bulgarismo o cubanismo.
Es lógico, el de la pata coja le ha quitado al Obama non nato el fideicomiso de su partido y lo ha depositado en otra persona, como adelantó la foto fúnebre -luto no para el partido sino peor, para la ilusión de los leales militantes de base- y no está dispuesto a desautorizarse a sí mismo: nunca lo hicieron Franco, Duvalier o Trujillo.
Cómo decir no a la renovación, cómo sancionar la autoría del último golpe sin dejar viciado el actual cuartelazo, con aromas de pringá. No podemos olvidar, ni debiera pasar por alto la militancia que, tanto la nueva secretaria general como su adjunto fueron piezas claves en la asonada renovadora con Álvarez, hoy autoproclamado referente histórico. La pregunta es si en este Congreso ha estado la militancia, si un hombre ha sido un voto -y por qué Fumanchú estaba con el puñal detrás de la cortina-.
La foto de la barrera o primera fila de tendido no es la de la militancia: son los mismos de siempre -se nota que la renovación no ha llegado a las hamacas o que ha bajado mucho la marea-; más parece que ha sido cosa de dinastías. Sobre los referentes históricos, ya se sabe: jarrones chinos rotos por mudanzas apresuradas, amontonados a la espera de destino en el andalucismo inmobiliario. Y aún se preguntan ¿qué les pasa a los andaluces, por qué no nos votan?
Licenciado en Derecho y Antropología
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