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Cuarteto Brentano **: Un cuarteto ‘noioso ma non troppo’

Lugar: Sala Joaquín Turina de Cajasol. Fecha: Martes, 16 de marzo de 2010. Programa: Schubert: Quartettsatz D.703 y Cuarteto nº 15 op. 161, D.887; Hartke: Night Songs for a Desert Flower

el 17 mar 2010 / 08:22 h.

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El norteamericano Stephen Hartke es uno de esos compositores contemporáneos más preocupado por la complacencia formal de sus obras que por un auténtico compromiso con la vanguardia musical. Con él colaboran habitualmente dos formaciones, The Hilliard Ensemble cuando se trata de composiciones vocales, y el Cuarteto Brentano si se trata de música instrumental de cámara, como la que anoche presentó precisamente este mismo conjunto en la Fundación Cultural de Cajasol.

El cuarteto Canciones nocturnas para una flor del desierto es un conjunto de madrigales para cuerda, cuyo curioso título coincide con el de una olvidable película actualmente en cartelera, que está igualmente más centrada en la forma que en el contenido. La gramática de la pieza recuerda mucho al estilo compositivo de Matthieu Chabrol, hijo del gran cineasta francés, para quien compuso algunas de las bandas sonoras de sus cintas, con más oficio que auténtico genio. Por mucho empeño que pusiesen Mark Steinberg y Serena Canin en los violines, Misha Amory en la viola y Nina Maria Lee en el violonchelo, la pieza no invita al entusiasmo, y sólo su movimiento final destila algún atisbo de gracia y originalidad.

El estilo sedoso con el que abordaron el único movimiento del cuarteto inacabado n. 12 de Schubert -el autor fue incapaz de terminarlo por una crisis de identidad-, no encajó mucho con su dramática génesis, quedando en una interpretación desangelada y falta de chispa, si bien atinaron en expresar adecuadamente su melodiosa resolución. La misma falta de garra se repitió con el n. 15, el último de los grandes cuartetos del autor, y cumbre absoluta tras esas dos joyas que son los titulados Rosamunda y La muerte y la doncella.

Una ejecución impecable, con trémolos y pizzicatos perfectamente frotados, fraseo ajustado, dominio de un amplio registro dinámico, e incluso una conveniente complicidad entre los intérpretes, se revela insuficiente si no se es capaz de transmitir el drama y la ambigüedad que exige la pieza, derivando en una experiencia anodina, intrascendente y hasta aburrida (el noioso del titular).


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