Toros

Cuatro orejas y rabo para la reaparición de Joselito

El diestro madrileño José Miguel Arroyo 'Joselito' volvió puntualmente a los ruedos en la plaza francesa de Istres.

el 15 jun 2014 / 23:05 h.

TAGS:

Por Paco Aguado El diestro madrileño José Miguel Arroyo "Joselito", que hoy volvió puntualmente a los ruedos en la plaza francesa de Istres, cortó cuatro orejas y un rabo después de dar todo un recital de clasicismo y hondura. FICHA DEL FESTEJO.- Toros -el primero como sobrero- de Garcigrande y Domingo Hernández, de justa presentación y sin ofensividad de cornamentas. Corrida de muy buen juego, salvo el descastado lote de Morante. El primero, protestado y devuelto por excesivamente escobillado, tuvo que ser estoqueado por Cayetano Ortiz al negarse a volver a los corrales. José Miguel Arroyo "Joselito": pinchazo, metisaca y estocada (dos orejas); estocada desprendida (dos orejas y rabo). José Antonio "Morante de la Puebla": estocada contraria (ovación); estocada y dos descabellos (oreja tras aviso). Cayetano Ortiz, que tomaba la alternativa: pinchazo y estocada atravesada que asoma (oreja); dos pinchazos, estocada chalequera enhebrada y tres descabellos (silencio tras aviso). La plaza tuvo lleno de "no hay billetes" en tarde de suave pero constante lluvia. ---------------------- UNA NOSTÁLGICA HONDURA La tarde de su puntual vuelta a los ruedos fue entera para Joselito, de cabo a rabo. Hasta ese mismo rabo que un público entregado le concedió tras estoquear el que será, según jura y perjura el propio torero, el último toro de su carrera. Más de diez años después de que se despidiera en silencio en Zaragoza, el torero de Madrid desplazó hasta la mediterránea ciudad francesa de Istres, entre frondosos pinares junto a la desembocadura del Ródano, a cientos de los muchos seguidores que tuvo cuando estaba en activo. Y ninguno salió defraudado, porque José, como le llaman los íntimos, se antologizó a sí mismo en una actuación redonda, buscándose a cada lance, a cada pase, en su propia esencia como torero, y encontrándose con mucho más poso para extenderse en el que fue todo un recital del toreo más clásico. Durante la lidia de sus dos toros, de gran nobleza ambos aunque el primero de mayor entrega y duración, flotó en el ambiente una honda sensación de nostalgia. Porque, bajo un cielo gris y una lluvia suave y melancólica, la banda de música tuvo además el feliz detalle de acompañar las faenas del madrileño con dos piezas nada típicas pero que encajaron a la perfección con el momento. A los sones lánguidos de "Hymne a l'amour", la canción de Edith Piaff, Joselito se dejó llevar por los sentimientos, relajado, saboreando cada momento, para cuajarle al de Garcigrande una profunda faena de muleta. Con la derecha o al natural, el torero del barrio de La Guindalera acompañó con la cintura, el pecho y el alma cada embestida, con una cadencia larga, como si quisiera guardar para siempre en su memoria cada muletazo, igual que había hecho en las verónicas de saludo. Al cuarto lo fijó de salida con una rodilla en tierra, en una estampa añeja que se sumó a esa antología clásica continua con otra faena más breve, pero no menos intensa, durante la que sonaba el melancólico "Concierto de Aranjuez". La ligazón, el ritmo, el sabor, la redonda y honda trayectoria de la mayoría de los pases de Joselito fueron una especie de manifiesto final de toda su tauromaquia, incluida la soberbia y fulminante estocada -esa que fue una de sus especialidades- con que, tras un pinchazo y un metisaca, acabó con su primero. Cientos de personas se echaron finalmente al embarrado ruedo de Istres para sacar a hombros a un torero cuajado que, a sus 45 años, con la misma figura que lucía cuando dejó de torear hace diez, sólo que entrepelado de canas, bien podría seguir ofreciendo este tipo de lecciones con esos vestidos de luces que, en cambio, él ha decidido colgar para siempre en su sala de trofeos. Joselito fue el auténtico protagonista de una tarde en la que Morante logró, con oficio y paciencia, dejar detalles de su arte ante un lote rajado, mientras que el francés Cayetano Ortiz, que tomaba la alternativa, se esforzó por estar a la altura de otros dos excelentes ejemplares y de la propia efeméride.

  • 1