Cultura

Cuatro universos al compás de Pasión Vega

La cantante hechizó anoche al Lope con lo mejor de su repertorio en el recital que ofreció dentro de su gira 'Gracias a la vida'. 

el 27 ene 2010 / 23:19 h.

La cantante en el inicio del espectáculo.

Que cada detalle, cada gesto, parezca estar diseñado con tiralíneas en la gira Gracias a la vida de Pasión Vega no implica que cada movimiento cada acento parezca como recién nacido en el escenario. Tal es el toque de gracia que la cantante supo dar anoche en el primero de sus cinco conciertos –el inaugural, el martes, se pospuso por un apagón al domingo en sesión matinal– en el Teatro Lope de Vega.

Insistía la artista en que esta cita sevillana suponía un regreso al origen después de una carrera en alza. Para demostrarlo, Pasión deambuló con idéntica soltura por sus cuatro universos musicales, el del tango, el de la copla, la ranchera y la canción española, con puntuales incursiones en el fado y la música ligera. Acompañada por una sonorización ejemplar y con una deliciosa banda de músicos –una pizca mediatizada por el excelente bandoneón de Tito Cartechini–, la malagueña comenzó en un escenario con aroma a vieja cantina argentina. La copa rota y Cuesta abajo son tangos por derecho propio que Pasión dijo con soltura, bien apoyada en los músicos, conquistando la escena de un lado a otro y racheando la melancolía de unos versos cargados de ella y entreverados por Astor Piazzolla.

Al público se lo ganó al primer compás pero la ovación le llegó al enunciar una Lirio en donde la copla se confundió con el tango y viceversa. Descargada del color negro y vestida ahora de rojo intenso, el potente volumen de su voz y su natural capacidad de malear el forte le dan argumentos a quienes ven en ella a una tonadillera grande que se empeña en camuflarse en múltiples géneros. Ojos verdes le pedía espontáneamente el público y Ojos verdes les dio en dúo con el cantaor David Palomar, en penumbra, con un muy flamenco piano de Jacob Sureda que dejó a Pasión desnuda ante el palo más difícil de toda la noche. Antes había provocado bravos de toda condición con una versión ligera de María la portuguesa y una torrencial, desbocada y minada de dramáticos y hábilmente controlados silencios Y sin embargo te quiero.

Tras invocar a Chavela Vargas, la artista dejó a su apadrinado Palomar solo ante el Lope para dejarle hacer en una Llorona aflamencada y algo desviada de gusto, aunque el arrojo quedó ahí. Los mariachis tomaron luego la trasera del escenario para acompañar a Pasión Vega en su viaje por México a lomos de los versos de El jinete. Luego la rodearon y ella atacó un singular corrido que quedó a medio hacer, demasiado tirante el conjunto musical.

Enfilando la recta final el concierto se creció, se duplicó y se quintuplicó con la Fina estampa, recordado éxito de María Dolores Pradera, que la artista hizo suyo, llevándola con contagiante ritmo y continuos escarceos para ganar aún más sintonía con el público. Siguió después con uno de sus temas más personales, Tan poquita cosa, con la banda completa y encandilando hasta el más reacio a ser hechizado. Y con Gracias a la vida, regalando flores, paseando por el patio de butacas, llevándose besos y buscando complicidad con una espontánea niña se despidió Pasión de un Lope de Vega en el que bordó en oro su nombre.

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