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Cuatro vidas enredadas en un mismo crimen

De personalidades y entornos sociales muy distintos, los acusados por la muerte de Marta del Castillo podrían no haberse conocido nunca; pero los investigadores creen que confabularon para ocultar el crimen.

el 15 oct 2011 / 20:42 h.

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A partir de mañana, cuatro acusados se sentarán en el banquillo por la muerte de Marta del Castillo, ocurrida el 24 de enero de 2009. Cuatro vidas que se vieron enredadas en uno de los crímenes más complejos cometidos en Sevilla, una historia cuyo protagonista ha confesado el crimen, pero en la que todavía quedan papeles por repartir: el tribunal tendrá que determinar cómo mató a Marta su exnovio Miguel Carcaño, y qué ayuda recibió de su amigo Samuel Benítez, su hermanastro Javier Delgado y la novia de éste, María García.

La vida de los que querían a Marta quedó en suspenso ese día, y aguarda una sentencia para poder seguir adelante. Pero también los cuatro acusados se quedaron varados aquel día de hace casi tres años: Miguel no ha salido de prisión desde que confesó haber matado a la joven; admitió la muerte y haberse deshecho del cuerpo, pero no ha ayudado a localizar el cadáver para que los padres de Marta puedan enterrarla. Samuel, que admitió al principio haber ayudado a tirar el cuerpo de Marta al río pero luego se retractó para reivindicar su inocencia, pasó nueve meses en la cárcel y ahora asegura que está deseando que llegue el juicio para que se demuestre que él no tuvo nada que ver. Javier, que también estuvo preso, y su novia María han negado siempre cualquier relación con la muerte de Marta y afirman que se enteraron de lo ocurrido sólo cuando Miguel se lo contó a la Policía. Insisten en que son inocentes y en que confían en la Justicia para demostrarlo, aunque el fiscal y la familia de Marta consideran que ocultaron y destruyeron pruebas para evitar que se supiera lo que Miguel había hecho.

Desde mañana, los cuatro podrán explicarse ante un tribunal en una audiencia pública que permitirá que sus palabras lleguen a todo el que quiera escuchar su versión de lo ocurrido. Es previsible que los tres acusados de encubrimiento reiteren su inocencia; la gran incógnita es Miguel: nadie sabe si callará, repetirá una versión anterior o incluso puede contar otra distinta.

A la Justicia le queda un difícil cometido: tendrá que desenmarañar qué significan los restos biológicos hallados en la colcha, las paredes y los muebles del dormitorio de Miguel y en la ropa que llevaban los imputados, que suman 158 indicios aportados por la Policía Científica; y con cuál de las versiones sobre la muerte de Marta que ha contado Miguel se corresponden. Deberá determinar qué significado tienen las conversaciones telefónicas que se grabaron al pinchar los teléfonos de los sospechosos; qué peso tienen como prueba las localizaciones de sus teléfonos móviles, que establecen dónde estuvo cada uno y a qué hora; y qué declaraciones, de entre los numerosos testigos que acudirán al juicio, son más fiables para establecer, de una vez por todas, qué le pasó a Marta.

Miguel Carcaño. Nervioso ante el juicio por un crimen que ya ha admitido

Miguel era un chico tímido y educado, que había superado una durísima infancia muy pendiente de una madre minusválida y había aprendido a valerse por sí mismo desde los 17 años, cuando ésta murió y su hermano no se ocupó de él. Pero había otro Miguel, egocéntrico y manipulador, que compensaba sus frustraciones con su éxito entre las chicas, a las que siempre elegía más jóvenes probablemente para impresionarlas: él saltaba de novia en novia e incluso las simultaneaba, pero al mismo tiempo era muy celoso y llegaba a volverse agresivo si no conseguía lo que quería. Los informes psiquiátricos encargados por el juez del caso revelaron que buscaba relaciones que le produjeran una satisfacción inmediata y que era incapaz de establecer lazos afectivos o ponerse en el lugar del otro. Tras el crimen de Marta dio sobradas muestras: ya en prisión no le importó reconocer que había cambiado varias veces su versión de los hechos tratando de eludir la condena, mintiendo a su conveniencia, aunque siempre admitiendo que había matado a la que había sido su novia. Parecía que le gustaba que toda la atención estuviera centrada sobre él, porque engañó a abogados -uno abandonó su defensa por sus mentiras y varios se negaron a representarlo-, policías y juez, logrando que el cuerpo de la joven fuese buscado en varios escenarios distintos. Quienes lo han tratado de cerca admiten que lo que parece timidez puede ser más bien frialdad, indiferencia absoluta por las consecuencias de sus actos, un diagnóstico que refrendaron los informes psiquiátricos.

Estos días, Miguel está nervioso ante el inminente inicio del juicio. Mantiene una rutinaria vida en prisión, donde sigue estudiando para sacarse el título de ESO y cursa algunos talleres ocupacionales. Ingresado en un módulo de respeto terapéutico, convive en su celda con otro interno y no da problemas. Sigue recibiendo cartas de admiradoras a pesar de que hace casi tres años que está preso y que le han llegado a mandar regalos. A partir de mañana, en el juicio le preguntarán por qué mató a Marta. Y los que le conocen coinciden en una cosa: nadie puede predecir qué responderá.


Samuel Benítez. Intranquilo pero deseoso de que el juicio se celebre

Samuel, Samu, que tenía 20 años cuando Marta murió, era el amigo ejemplar en la pandilla de Miguel. Simpático, siempre dispuesto a ayudar, centrado y responsable, vivía a cien metros de la casa de Miguel, en una familia trabajadora. Tras la muerte de Marta se difundieron videos en los que se le veía comportarse de forma alegre y extrovertida, convertido en el alma de la fiesta. La Policía cree que cuando los demás tenían un problema recurrían a él, y que por eso Miguel lo llamó cuando mató a Marta y no supo qué hacer con el cadáver. En sus primeras declaraciones autoinculpatorias, de las que luego se retractarían, los jóvenes coincidieron en que fue Samuel el único que tuvo un momento de lucidez cuando llegó al piso y vio el cuerpo de su amiga y que, después de preguntarles "¿qué habéis hecho, hijos de puta?", insistió en que la llevaran a un hospital. Hasta que fue detenido siguió siendo el amigo perfecto: acompañó a la familia de Marta incluso a la comisaría para denunciar su desaparición y pegó carteles con su rostro incansablemente.

Samuel estuvo en prisión más de nueve meses, y desde allí escribió una carta a una de sus muchas admiradoras en la que le decía que quería ser modelo de ropa interior. Pero al salir de la cárcel ha conocido el lado más amargo de la fama: hoy, casi tres años después del crimen, no es que no lo cojan para ningún trabajo sino que "no se puede poner ni en la cola del Inem", aseguran en su entorno, porque todo el mundo lo reconoce al instante. El joven afronta intranquilo el juicio, aunque deseoso de que se celebre porque está "muy cansado de todo esto". Sus hábitos han cambiado mucho: ya no vive en la casa que compartía con sus padres en la barriada del Carmen, prácticamente no sale a la calle -ha tenido varios incidentes al verse perseguido por las cámaras- y no ha vuelto a entrar en las redes sociales, después de tener que desmentir que hubiera reactivado su perfil en Tuenti porque alguien agradeció en su nombre el apoyo recibido mientras estuvo preso. Su cambio físico también ha sido evidente: en sus últimas comparecencias ante el juez se le ha visto más delgado y luciendo ropa y complementos modernos y llamativos.


Javier Delgado. El supuesto 'cerebro' sigue defendiendo su inocencia

El crimen de Marta del Castillo supuso para Javier Delgado, hermanastro de Miguel Carcaño, el tropezón definitivo después de muchos años de esfuerzos para salir de la precariedad en la que había vivido, mejorar su situación económica y aspirar a una vida acomodada. Había acumulado turnos como vigilante de seguridad y ahorrado hasta lograr montar su propio bar con dos socios y había llegado a vivir en una urbanización de lujo. Separado de su mujer, con la que tiene una hija pequeña, había comenzado a salir con su actual novia, María. Todo se hizo trizas cuando su hermano Miguel mató a Marta del Castillo y él se vio envuelto en el crimen; ahora no puede trabajar porque lo reconocen, ha estado viviendo fuera de Sevilla y desde hace meses vuelve a enfrentarse al acoso de las televisiones cada vez que tiene que acudir a firmar al juzgado.

Javier no mató a Marta, eso está claro, pero las acusaciones lo consideran el cerebro que manejó al resto de los implicados para hacer desaparecer su cuerpo sin que hasta hoy nada se sepa del cadáver. Lo acusan de haber orquestado la limpieza del piso y haberse deshecho de las pruebas que podían incriminar a su hermano, después de que el Cuco lo señalase. Miguel, en cambio, siempre ha negado que hubiera estado en el piso de León XIII. Javier tampoco ha dejado de pregonar su inocencia, incluso por carta: envió una desde prisión en la que aseguraba que él había sido el "primer engañado" por Miguel, un escrito durísimo en el que calificaba el crimen de Marta como "horrendo e incomprensible" y constataba que la relación con Miguel se había roto para siempre. Se decía decepcionado por su hermano porque, según decía la carta, le había preguntado hasta tres veces por lo ocurrido y él se lo había negado, para después autoinculparse ante la Policía y ante el juez. Javier fue el único con el que Miguel habló durante las tres semanas que transcurrieron desde que Marta desapareció hasta que la Policía lo detuvo. Los pinchazos telefónicos revelan conversaciones en las que Javier trata de tranquilizar a Miguel. La Justicia dirá ahora si lo hacía creyendo en la inocencia de su hermano, o para evitar caer con él en el abismo.

María García. Trabaja en un bar, de cara al público. Nadie la reconoce

María García Mendaro es la única que ha logrado lo que los cinco imputados desearían en este momento: ser invisible. Tanto, que incluso trabaja de cara al público en un bar, en el que pasa totalmente desapercibida. Protegida por un nombre muy común y por haber sido la menos expuesta de todos los implicados en el caso de Marta del Castillo, la joven novia de Francisco Javier Delgado, con quien se lleva ocho años, es la única que no ha pisado la cárcel. En el momento del crimen tenía 32 años, estaba estudiando Psicología en la Universidad de Sevilla y, según mantuvo ante el juez cuando fue detenida, había decidido quedarse en casa de su novio estudiando porque al día siguiente tenía que presentarse a unas oposiciones de administrativo del Servicio Andaluz de Salud. Asegura que llegó a medianoche, estuvo en el salón hasta que se acostó y no vio ni oyó nada extraño: ni golpes, ni gritos, ni sangre, a pesar de que Marta fue supuestamente violada y asesinada mientras ella se encontraba allí y posteriormente se limpió el piso concienzudamente. El posicionamiento de su teléfono móvil confirma que de madrugada llamó desde el piso a su novio, según su testimonio para decirle que se iba a acostar.

María, un personaje totalmente ajeno al ambiente social del resto de imputados, procede de una familia acomodada: es hija de un cirujano y de una dirigente socialista que ocupa un cargo de responsabilidad en una empresa dependiente de la Diputación de Sevilla. La Policía considera que se vio inmersa en el crimen por casualidad, por encontrarse donde no debía en el momento más inoportuno; sin embargo, el haber mentido para ocultar la implicación de su novio supodría un delito de encubrimiento, que es de lo que se le acusa. Antes de verse implicada en el caso, gran parte del entorno de Francisco Javier ni siquiera conocía la existencia de su nueva novia: su exmujer se enteró cuando María fue detenida, dos meses después que el resto de los acusados, y el juez decidió enfrentar a las dos mujeres en un careo.

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