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“Cubrí protestas de astilleros en las que pasé más miedo que en Qalandia”

Entrevista con Carmen Rengel, periodista 'freelance' en Oriente Medio.

el 14 sep 2013 / 23:30 h.

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La periodista sevillana “por raíces y crianza” Carmen Rengel trabaja actualmente de freelance en Oriente Medio. // Mikel Marín La periodista sevillana “por raíces y crianza” Carmen Rengel trabaja actualmente de freelance en Oriente Medio. // Mikel Marín

Carmen Rengel (Albacete, 1980) es periodista. Y con esto debería bastar para definir a esta sevillana “por raíces y crianza” que ahora ejerce su profesión como freelance en Oriente Medio. Porque este oficio, si se ejerce como lo ejerce Carmen Rengel, está hecho para personas honestas, humildes, sensibles y con toneladas y toneladas de coraje.

–Quienes la conocen bien dicen que ha cumplido su sueño de juventud. –Me he quitado una espina. Me preguntaba si sería capaz de hacerlo. Una vez aquí, esto no es más que una meta volante más. Es cierto que me puedo ir y lo daré todo por cumplido, pero ya tengo inoculado el virus de Oriente Medio. Se ha cumplido mi sueño de los 15 años. Ahora tengo otros.

–¿Qué estereotipos ha desmontado pisando el terreno? –Simplificamos mucho. Llevamos décadas hablando de buenos y malos. Aquí hay de todo: israelíes de izquierdas y palestinos de derechas, pacifistas como no he conocido en ningún otro lugar… La mezcla de culturas es brutal. La mayor de las lecciones es que los pueblos que aquí conviven son porosos y que el fracaso no se entiende como tal, sino como intento.

–Tendemos a pensar que lo que ocurre más allá de los Pirineos ya no nos incumbe. Díganos por qué debemos preocuparnos por lo que ocurre en Siria. –Para empezar, porque tenemos mucha culpa de lo que está pasando allí. Occidente no ha hecho nada, entre otros motivos, por el negocio armamentístico con Siria. Cuando el estallido de la primavera árabe no los apoyamos. Al final, algo fantástico se ha convertido en una guerra en la que, en ningún momento, hemos dicho desde Occidente ‘paren las máquinas’. Hemos olvidado que el compromiso con los derechos humanos está más allá y por encima de los negocios.

–¿Habrá finalmente guerra? –En estos momentos, no lo veo. Obama ha estirado el tiempo porque comprometía su imagen de hombre de paz y aun sabiendo que esto debilita su posición internacional. No es esto, sin embargo, lo que más le preocupa. Es consciente de que Siria no es Libia. Siria tiene el mayor ejército de la zona. Si hay guerra, pueden estallar conflictos en cinco países del entorno. La propuesta [entrega de armas químicas] de Kerry [ministro de Asuntos Exteriores norteamericano] es inteligentísima.

–Sí, pero mientras se ponen de acuerdo en quién y cómo se entregan esas armas, miles de civiles siguen muriendo. –Hablamos de 110.000 muertos. Esta cifra debería avergonzar a cualquiera que esté sentado en un sillón. Quienes han vivido desde el primer momento el conflicto, cuentan que han pasado de registrar cinco muertos al día a 90. ¿Esto no nos ha conmovido? Estábamos más preocupados con nuestras crisis domésticas.

–¿Cómo se hace periodismo en las zonas de conflicto? –Pues igual que cuando trabajas en Sevilla. Hay cauces básicos que no debes saltarte, como ir bien acreditado. Hay que buscar a gente de los dos bandos para tener matices, grises, y después hablar, hablar, hablar y hablar. Salir a la calle. En el momento que pones cara al conflicto, empiezas a entender. Siempre me acuerdo de estas palabras de Enric González: “A quien viene aquí, el primer año no deberían pagarle”. El periodismo se reduce al final a lo de siempre: contar la historia. Yo he cubierto manifestaciones de astilleros donde he pasado más miedo que en Qalandia [campo de refugiados en Cisjordania]. Ir a cubrir el tiroteo de las Tres Mil en el que murió una niña sí que es duro. Hay mucho mito en relación al periodismo en zonas de conflicto.

–¿Se ve dentro de unos años todavía como corresponsal en Oriente Medio? –Quienes llevan aquí más tiempo me cuentan que llega un momento en el que te tienes que marchar. Notas que te falta el oxígeno. Hay pequeñas cosas diarias que te angustian, que te cabrean a veces más de la cuenta. No me veo aquí dentro de dos o tres años, aunque, al final, todo tiene que ver con lo personal.

–Se cumplen 20 años de los acuerdos de Oslo, ¿de verdad que el conflicto Israel-Palestina tiene solución? –Si las dos partes son suficientemente generosas, sí. Ambos lados merecen la paz, la ansían. Si dependiera de la gente, ya habría terminado. El actual proceso de paz se está produciendo en un contexto muy particular: hay dos generaciones de políticos mayores que se van a retirar de la primera línea dentro de muy poco y lo que viene detrás está muy radicalizado. Si fallan ahora, no habrá solución. Los primeros nueve meses van a ser decisivos. Si llegan a la paz, debe ser definitiva.

–¿Cómo se ve en Israel la situación de España? –Hace cinco o seis meses, España era el agujero negro de Europa. Se decía que habíamos dilapidado el dinero, que no habíamos diversificado… La huelga de Lipasam fue puesta aquí como ejemplo de la degradación de las administraciones. Se hacían galerías gráficas en las web. Lo único que aquí fue bien recibido fueron las manifestaciones del 15-M. Por lo demás, España es un país poco confiable. Nos va a costar levantar esta losa.

–De hecho, Abengoa va a hacer una planta solar en Israel por el autodescarte de Siemens. –El Gobierno dice estar contento con Abengoa pero en privado reconocen que el palo de Siemens fue tremendo. Aunque el espaldarazo de Obama a Abengoa ayudó, lo cierto es que aquí cuando se habla de España o de lo español arrugan la nariz.

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