Si, omeeee, esto a partir del lunes está mu animao, que no tiene ná que ver, vamos». «¿Estarán ustedes por aquí todavía». «No, volvemos a Andorra este domingo» (...) «Bueno, pues entonces dense un paseíto...» Ayer la Feria sólo era cuestión de echarle imaginación. Estaba la escenografía, pero faltaban los figurantes y la orquesta. Al matrimonio del Principado alguien muy malaje debió decirles que ya estamos de Feria, y helos ahí, todo bien plantados, en mitad de Juan Belmonte, bien embadurnaditos de albero y acompasados por el tracatrá de los taladros en unas casetas a medio hacer. Ella, para más inri, vestida de flamenca, pendientes y flor en la cabeza mediante. Traje de lunares modelo bazar Xi Xuan. La Feria, entre otras muchas cosas, parecía ayer un desfile de modelos xixuanes. Eurovisión en el Real: había franceses, alemanes, suecos... y hasta un par de moldavas con trajes de lunares comprados ahí mismo, en esa boutique que pone se vende hielo y cierra un día los años bisiestos. Lo de la Feria más larga de la historia va a quedar más en titular de redes sociales que otra cosa. Porque ayer, un paseo por el Real servía para calibrar la cantidad de curritos que sacan adelante una parte del año gracias a la semana de farolillos. En el Día del Trabajador la Feria estaba en construcción. Y sí, aunque a primera hora de la tarde había alguna que otra comida familiar por Gitanillo de Triana, la ciudad efímera tan sólo era ayer un inmenso puzzle al que se le estaban dando los últimos retoques. En la calle del Infierno se probaban luces y atracciones, pero por más que las miradas lastimosas de unos pocos infantes clamaran por subirse al Ratón Vacilón, este, por ahora, continuaba en su madriguera. Ya rugirá el fin de semana. O lo que quiera que haga. Pero no todo estaba perdido ayer. Las buñueleras trabajaban a destajo ante una clientela que confería a su plaza las hechuras políglotas de la ONU. Y las churrerías no se quedaban atrás. Venga a sacar papelones desde las dos de la tarde. «No hay problemas de mesa, no estamos llenos, pero no hemos parado de sacar churros todo el día», decía un empleado de un señero local consagrado a este calórico manjar. Quienes prefirieron gastronomía a repostería tuvieron que esperar más a la noche, con la euforia sevillista desatada, los rebujitos comenzaron a servirse en los bares que miran al Real. «A nosotros nos gusta, es otra perspectiva, vemos desde aquí muy bien la Feria y pensamos en lo que se avecina», detallaban desde un velador. Quienes no titubearon en dar por inaugurada la fiesta fueron los tenderos. Turrón, barquillos, garrapiñadas, altramuces y coquitos; souvenirs comestibles que todo hijo de vecino podía zamparse ayer entre paseito arriba y paseito abajo. «Es cuestión de ponerle un poquito de imaginación», resumía Javier instantes antes de que su mujer le inmortalizara frente a la portada mientras realizaba un jerebeque con los brazos, híbrido entre sardana y sevillana, que para eso venían de Manresa. Así las cosas, todo era un quiero y no puedo, un ¡ay! que esto va a empezar pero no empieza. Un vuelva usted otro día.