Cultura

"Da igual ser mujer u hombre, la batuta sólo entiende de emoción"

Entrevista con la directora de orquesta Kery-Lynn Wilson, que esta semana se pone al frente de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla para dirigir 'Tannhäuser' de Wagner.

el 09 abr 2014 / 23:30 h.

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La directora de orquesta Kery-Lynn Wilson, fotografiada ayer en el Teatro de la Maestranza. / Foto: José Luis Montero La directora de orquesta Kery-Lynn Wilson, fotografiada ayer en el Teatro de la Maestranza. / Foto: José Luis Montero

Los dos conciertos que hoy y mañana ofrecerá la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla en el Teatro de la Maestranza (20.30 horas)constituyen uno de  los acontecimientos más relevantes de su actual temporada. Se propone la síntesis sinfónico-coral de Tannhäuser de Wagner, una reelaboración de la partitura preparada por Pedro Halffter.La maestra canadiense Kery-Lynn Wilson sube al podio de la Sinfónica por vez primera para darla a conocer.

Lleva tres intensos días de ensayos con la Sinfónica de Sevilla y el Coro del Maestranza. ¿Cómo está funcionando su primer encuentro con ambas formaciones? Trabajar por vez primera con un conjunto de músicos tan amplio supone siempre un reto psicológico muy estimulante. Nos estamos descubriendo mutuamente. Los ensayos están siendo agotadores –¡después de Wagner siempre hace falta un masaje o un rato en un jacuzzy!– pero he percibido un gran nivel, con músicos muy profesionales. También es una orquesta muy internacional, con solistas de diferentes países y unas enormes ganas de trabajar.

¿Qué puede aportar al melómano una síntesis de poco más de 60 minutos de las tres horas que dura Tannhäuser de Wagner? Pedro Halffter ha hecho una gran tarea de reducción; están todos los temas de la ópera, sus momentos más famosos, y lo que es más importante, permanecen intactos los sentimientos. Por otra parte, es una fantástica manera de que los profanos la conozcan. Las voces del coro y los instrumentos se sumergen en una continua contradicción sensorial, que no es otra que la lucha entre dos sensibilidades –el mundo del equilibrio y la honestidad, representada por Elizabeth, y el desenfreno y el pecado, personificado por Venus–. A nivel técnico es, como la ópera en sí misma, todo un reto, música muy exigente que demanda la máxima implicación.

Usted trabaja habitualmente en Norteamérica y Europa. ¿Cómo valora la situación de la música clásica en ambos mundos? En los dos lugares, la crisis está causando una grave mella en la cultura. Y en auditorios de uno y otro lado –quizás con la sola salvedad de Alemania– las audiencias están disminuyendo. ¡Hace falta una mayor educación musical! Sin embargo, no soy de los agoreros que dicen que la música clásica está en declive. Eso es radicalmente falso.

Empuña la batuta de manera muy expresiva. ¿Cuánta importancia concede al gesto? Lo es todo. Me siento una actriz que conecto emociones, lo que no me impide reconocer que cada director tiene su propia forma de expresión. No se me ocurren dos maneras más opuestas de dirigir que las de Wilhelm Furtwangler y Gustavo Dudamel. En mi caso creo que la expresividad es algo innato.

¿Cuándo dejará de ser relevante informativamente que usted pertenezca al reducidísimo gremio de las mujeres directoras? Creo que aún tiene que pasar bastante tiempo para que se contemple con total normalidad. Pero siempre digo que es más importante lo que tenemos que decir, lo que tenemos que comunicar, que lo que somos. Da igual que en el podio haya una mujer, como da igual el color de la piel de quien empuña la batuta; porque esta solo entiende de emociones.

Estudió flauta en la prestigiosa Juilliard School de Nueva York. ¿En qué momento la dirección de orquesta venció al instrumento? Desde que era una niña recuerdo que, antes que cualquier otra cosa, yo quería ser músico en una orquesta y disfrutar trabajando con los directores. Toqué en muchas orquestas cuando era joven, y como flautista lo hice durante cinco años. Después decidí sumergirme por completo en este mundo de hombres y seguir contando cosas desde otra posición diferente.

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