Cultura

Dando ilusiones a la cantera

Intérpretes españoles, también de Noruega y Japón,conviven estos días en Sevilla llenando de música el inicio de septiembre. Cada uno trae en su maleta razones para aterrizar aquí.

el 12 sep 2013 / 22:15 h.

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Cinco jóvenes intérpretes, cinco historias unidas estos días por el Festival Joaquín Turina. / J. M. Espino (Atese) Cinco jóvenes intérpretes, cinco historias unidas estos días por el Festival Joaquín Turina. / J. M. Espino (Atese)

Un festival de música ha de ser muchas cosas. Pero a menudo hasta los más grandes acaban siendo un pálido reflejo de sus aspiraciones:poco más que un ramillete de conciertos concentrados en unos días. El IV Festival Internacional de Música de Cámara Joaquín Turina que se celebra esta semana es bianual, tiene una estrechísima capacidad económica, ha sido salvado por la iniciativa privada y, pese a ello, ha desplegado una oferta formativa sin parangón aquí.

Durante toda la jornada bullen las aulas del ConservatorioCristóbal de Morales. Y lo hacen pese al poco empeño puesto por este y otros centros públicos en dar a conocer a su cantera la posibilidad de enrolarse en una aventura que, en apenas siete días, permite a los intérpretes conocer a grandes de la ejecución musical como el violinista Simon Bernardini, el violonchelista Torleif Thedéen y el pianista Peter Nagy, entre muchos otros. La medida de la modesta grandeza del certamen la da uno de sus alumnos, el contrabajista vallisoletano Eduardo Rodríguez. Vive en Berlín, donde forma parte de la Academia Karajan, cara B de la Orquesta Filarmónica de Berlín, escuela que le permite tocar con asiduidad en los conciertos de la Philarmonie y... quién sabe qué en el futuro.

¿Por qué venir al Turina?“ Tocar el Septimino de Beethoven junto a Bernardini y al Quinteto Ethos era una oportunidad que no podía desaprovechar”, resumía ayer. Después, regresará a la capital alemana. Volver a la patria no es una opción. “La brecha cultural entre España y cualquier país centroeuropeo se acrecienta aún más cuando tienes la posibilidad de vivir fuera”, explicaba. Oportunidades como este Festival son raras avis que, descendiendo a los fríos datos, ha costado menos de 30.000 euros. Las comparaciones son odiosas pero también prácticas: 1.300.000 euros fue el presupuesto de la pasada Bienal de Flamenco, 1.139.099 euros lo recibido del erario público por parte de la Fundación Barenboim...

Cuando el domingo la violinista noruega Kristina Natlandsmyr, de 18 años, regrese a su ciudad natal, Stavanger, lo hará erigida en una embajadora de Turina.Esa es al menos la pretensión de la directora del certamen, su compatriota Benedicte Palko. Y predisposición no le falta a la joven intérprete:“No conocía la música de Turina hasta venir aquí y tiene un temperamento muy diferente a lo habitual, me agrada sinceramente”, confesaba ayer. Ella tampoco comprende que, guste más o menos, el músico sevillano más notable que ha dado la ciudad en el sigloXX, continúe siendo casi un desconocido.Especialmente porque viene de la tierra de Grieg. Y allí el compositor de Peer Gynt es, además de un emblema cultural, un señuelo turístico de primer orden.

Cada músico que llega al Festival lo hace con su instrumento y con un puñado de razones en la maleta. Joana Otxoa de Alaiza ha decidido resquebrajar el tópico del profesor de conservatorio acomodado. Ella lo es, en Vitoria. Ypodría dedicarse sin mayor problema a su tarea de pianista repertorista:“Sería lo fácil, pero la rutina hace mucho daño. Hacer música de cámara es una actividad extraordinaria que exige una alta implicación”, decía ayer. Durante estos días, además de ensayar, tocar en concierto e integrarse en la orquesta del Festival, puede asistir a clases magistrales y acudir a recitales de profesores. No es poco.

Abordados a punto de entrar en una clase, María del Carmen Arcos, de Guillena, y Antonio Viñuales, de Huesca, alaban la organización. Viola ella, violinista él, el leitmotiv de estos músicos sin embargo, no cambia. Ninguno ve su futuro aquí. Tampoco se identifican, tocando a Brahms y a Ravel, con el retrato social de una generación dibujada a base de estereotipos pop. “Si se vendiera mejor la música clásica podría ganar adeptos”, opinan. Ambos reconocen un debe con la música de hoy. El Festival Turina también lo tiene. La creación actual ha de tener presencia en el futuro. Pero con sólo 30.000 euros, dar ilusiones a la cantera y llenar septiembre de música ya parecen conquistas titánicas.

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