No suscribiremos aquí al cien por cien la afirmación del flamante director del Teatro Real de Madrid, Gerard Mortier, al respecto de que "en la historia de la música no se esconde ninguna obra maestra que no haya sido descubierta ya". Pero tampoco coincidimos con el musicólogo encargado de poner al día las partituras del olvidado compositor catalán Pedro Rabassa (1683-1767) que pasó 33 años como maestro de capilla de la Catedral de Sevilla.
Ni recuperar su música supone reivindicar a un genio perdido ni mucho menos puede ponérsele al mismo nivel que otros grandes del barroco, como parece sugerir en las notas al programa de un concierto, integrado dentro del Proyecto Atalaya de la Hispalense y la Junta, en el que se recuperó, muy acertadamente, una nueva porción de nuestro patrimonio musical.
Hechas las salvedades la Orquesta Barroca de Sevilla encargada de interpretar y dejar testimonio grabado de estas partituras se dispuso a presentarlas con el mayor de los empeños en sacar oro de donde sólo hay bronce. Excelente el director Enrico Onofri, presto a darle el punto arrebatado y cristalino que precisa la virtuosa música de Rabassa.
De la soprano Raquel Andueza continuamos pensando que su lugar con mayúsculas lo tiene en el repertorio renacentista, pero dio una enorme lección de sensibilidad y buen canto en las envaradas Lamentaciones y adornó con brillantez la mejor pieza del programa, un ágil y muy operístico Laudate Dominum que sí merece una mayor difusión y a cuya empresa ojalá contribuya el registro discográfico que en breve publicará la OBS.
El concierto se redondeó con la intervención del Coro La Hispanoflamenca que subrayó el carácter religioso con unas intervenciones empastadas y de claro tono ceremonial, contrastando hermosamente con la vivacidad de la orquesta.