Cuando retumba la palabra "crisis", debería sonar con fuerza el concepto "soberanía". La crisis es un aviso. Habla con rotunda claridad: "gente, esto no funciona, inventad algo nuevo". Tras este golpe a escala internacional se encuentra una creciente interdependencia asentada sobre una base de fuerte desequilibrio de poder. Los esclavos terminan deseando el yugo del opresor para mantener su forma de estar en el mundo: ojalá que la economía del imperio estadounidense se recupere y quienes mandan puedan seguir mandando. El ejercicio de libertad implica hacer exactamente lo contrario. Sugiere librarse de la adicción a la droga de este modo de operar. Exige cambiar hacia el paradigma de la soberanía. Si, por ejemplo, se lograra soberanía alimentaria, Estefanía almorzaría la misma lechuga con pescado, doblaran los beneficios en Wall Street o se hundiera literalmente en el infierno. La meta es soberanía alimentaria, educativa, cultural, estatal, regional, familiar... Mal solución si, como parece, exige algo que cada vez nos place menos: sacrificio e incomodidad a corto plazo, aunque a cambio conozcamos una paz de la que ni siquiera tenemos recuerdo.
