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De la Macarena a la dehesa El Castillo

Gabriel Rojas Fernández forjó un imperio inmobiliario sin abandonar su compromiso con la ciudad que le vio nacer.

el 29 nov 2012 / 17:16 h.

Acababa de cumplir 90 años y su salud no le quiso dar tregua. Una parada cardíaca y un fallo multiorgánico que siguió a las transfusiones que perseguían revocar una fuerte anemia terminaron con su vida en el hospital Niza de Castilleja de la Cuesta al anochecer del pasado miércoles. Pero había estado al pie del cañón hasta el final, visando y revisando el más pequeño justificante que pasaba por un despacho en el que se fraguó gran parte de la fisonomía de la Sevilla contemporánea, de la que fue uno de sus actores más activos y decididos.

Y es que la historia de Gabriel Rojas Fernández es la de un hombre hecho a sí mismo desde aquel polvero de la calle Relator -había nacido en la cercana calle Feria- que fue el germen de un imperio inmobiliario cimentado en el incipiente barrio de Los Remedios. El propio constructor macareno vislumbró aquellas huertas como el principal ensanche para la clase media y alta de la ciudad del desarrollismo. A Los Remedios siguieron otras promociones inmobiliarias, como las de Chipiona, Sevilla Este o El Cerezo y la diversificación a otros sectores económicos como el hotelero, con cinco establecimientos aglutinados en Sevilla -los hoteles Monte Triana y Monte Carmelo- Huelva, Málaga y Cádiz.

Pero su decidido compromiso con la ciudad que le vio nacer se materializó en otras facetas más conocidas, como su condición de presidente del Sevilla FC entre 1984 y 1986, antes de su conversión en sociedad anónima deportiva que él mismo quiso amortiguar haciéndose cargo de su propio peculio de las acciones que no hubieran logrado suscribir los antiguos socios. Dentro de esa decidida vocación hispalense hay que recordar que en 1975 encarnó al rey Melchor en la tradicional cabalgata del Ateneo. Antes había culminado su devoción rociera -peregrinó a la aldea almonteña por primera vez en 1929 en un tiempo y unos modos muy distintos a los actuales- empuñando la vara de Hermano Mayor de la hermandad del Rocío de Sevilla entre 19621 y 1963. Después vendría el nombramiento de Hermano Mayor Honorario y cada año, la parada de su querida hermandad en la finca manriqueña de El Caoso, de su propiedad.

Casado con Lola Jiménez Becerril, mantuvo una estrecha relación filial con su sobrino político, el concejal popular Alberto Jiménez-Becerril, asesinado por los terroristas de la ETA junto a su mujer, la procuradora Ascensión García Ortiz, en la noche triste del 30 de enero de 1998. Aunque no tuvo hijos, confió en sus sobrinos la dirección de las distintas áreas de gestión de unas empresas sin las que no se puede entender la reciente historia económica de la ciudad que nunca abandonó.

La reciente muerte de su esposa, unida a su avanzada edad, le había abatido profundamente aunque don Gabriel seguía atento el día a día de la dirección de sus negocios -hasta en los más mínimos detalles- y aún se le había visto ocupar sus barreras del tendido 5 en la plaza de la Maestranza en la última Feria de Abril. Allí recibió el último brindis de manos del diestro sevillano Salvador Cortés, muy asiduo de su ganadería brava en los últimos tiempos, sin saber que con ese gesto de agradecimiento y amistad le estaba despidiendo para el toreo, una de las pasiones de su vida en la que también trabajó hasta encontrar el éxito.

Y es que no se puede separar la personalidad de Gabriel Rojas de su enorme afición a la fiesta brava, que él entendía desde una perspectiva absolutamente torerista. Andrés Luque Gago, el veteranísimo banderillero de la Macarena le recordaba ayer mismo en aquel polvero de Relator que fue el germen de su fortuna; parando en los bares que frecuentaban los hombres de luces y los taurinos del barrio de San Gil. "Era mayor que yo pero le gustaba alternar con nosotros. Su hermano Manolo llegó a ser torero y nunca se olvidó de sus orígenes" rememoraba el viejo rehiletero evocando "esas mañanas de Viernes Santo en las que Loli y yo nos juntábamos con él y su mujer y los Álvarez Vigil en la esquina de Relator con Amargura para ver pasar la Virgen de la Esperanza...".

Su vocación taurina se materializó en la compra de la ganadería -en franca decadencia- que había pertenecido a la viuda de Concha y Sierra. Pero los viejos toros sardos y salineros de La Abundancia no iban a satisfacer sus expectativas como flamante criador de ganado bravo. Pronto se decantó por el encaste Núñez adquiriendo en el año 1973 la práctica totalidad de la vacada que había estado a nombre de Raimunda Moreno de Guerra, esposa del genial criador tarifeño Carlos Núñez Manso, forjador de la estirpe. Ya con hierro propio, Gabriel Rojas se empleó en la crianza de esos toros bonitos y de templada bravura al servicio del torero que siguen pastando en la dehesa El Castillo en la que también se custodia la impresionante colección de coches de caballos que don Gabriel enganchaba en la Feria. Los núñez no tardarían demasiado tiempo en darle enormes alegrías y la primera fila del toreo se apuntó a esa enclasada y dócil embestida que deparó muchos triunfos en todo tipo de escenarios entre las décadas de los 70 y los 80 del pasado siglo XX. Curro Romero es un asiduo de la casa en los años 80 -le corta dos orejas a Flautino en 1984- aunque el cénit llegaría en los años 90: en el recuerdo, el histórico faenón de José María Manzanares a Rubito en 1993 y el apoteósico indulto de Tabernero a manos de Finito de Córdoba en la feria de la Salud del 94, que marcó el ideal de la vacada de Castillo de las Guardas.

Muchos lo recordarán con su inevitable puro en la mano, asimado a su barrera... Gabriel Rojas Fernández fue enterrado ayer en el cementerio de San Fernando de Sevilla. En próximas fechas la familia anunciará un funeral por su eterna memoria en la basílica de la Esperanza de la Macarena. Allí empezó todo.

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