Cultura

De la retórica de los abrazos al baile sin brazos

Debo confesar que me senté en el Teatro Alameda con un prejuicio negativo. Había leído en el programa de mano que iba a ver una obra donde el trabajo de los bailarines (sic) "se ha de conformar en la creación de un personaje cuya vivencia aparecerá como la propia piel".

el 15 sep 2009 / 15:49 h.

Debo confesar que me senté en el Teatro Alameda con un prejuicio negativo. Había leído en el programa de mano que iba a ver una obra donde el trabajo de los bailarines (sic) "se ha de conformar en la creación de un personaje cuya vivencia aparecerá como la propia piel, encajando toda expresión dentro de una estructura necesaria y suficiente que permita mostrar su desarrollo junto con la historia". Era como para ponerse en guardia.

La retórica es un arte de doble filo que mata más que las balas. En esas se abrió el telón y apareció una suerte de salón de baile con el piso cubierto de papelillos, como después de una fiesta.

El violín preside la primera parte, donde unas parejas escenifican situaciones ora armónicas, ora tensas. Un inicio deliberadamente ambiguo, que se mueve entre la representación dramática, la danza más o menos clásica, unas gotas de contemporánea y el flamenco, pero eludiendo someterse al criterio propio de estas disciplinas.

Quedémonos con el aspecto flamenco, pues así se anunciaba y para algo estamos en una Bienal. Ahí es donde uno lamenta que unos jóvenes artistas talentosos hayan dejado escapar la oportunidad de hacer algo grande en una cita como la de Sevilla.

El guión coreográfico, muy pobre, los tenía más tiempo abrazados o por los suelos que bailando por derecho. Las chicas aportaron destellos de sensualidad y los chicos de vigor, pero ni una cosa ni la otra garantizaban la capacidad de transmisión al público, precipitando el desarrollo del espectáculo hacia un tedio bíblico.

Hubo ganas, pero no gracilidad, contención, ni pellizco. Todo era tan vaporoso como las gasas que ocultaban a los músicos: más sutiles, eso sí, que Madonna, que tiene encerrados a los suyos en un biombo.

Algo más: todos demostraron estar sobrados de pies, pero el baile de brazos definitivamente había sido abolido en escena. Este reseñista llegó a pensar: "En cualquier momento saldrá un bailaor con los brazos metidos dentro de la chaqueta". Y no salió uno, fueron tres. ¡Vae victis, Vicente Escudero!

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