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De ocho millones a catorce

Algunos aficionados creen que el Sevilla tendría que ser más exigente cuando se sienta a negociar con los fichajes para que sus claúsulas de rescisión no sean bajas.

el 15 sep 2009 / 06:13 h.

Algunos aficionados creen que el Sevilla tendría que ser más exigente cuando se sienta a negociar con los fichajes para que sus claúsulas de rescisión no sean bajas. Los casos más relevantes pueden ser los de Christian Poulsen (10 millones más el IPC anual) y, sobre todo, porque se ha ido, de Seydou Keita (14 millones). Pero ni es fácil ni muchas veces conveniente. No es fácil porque hablamos de jugadores de un caché importante que quieren ser ellos dueños de su libertad para si llega la oferta de su vida que no sea el club el que pueda cortarle las alas. En ese caso se ha encontrado mucho tiempo, hasta que se ha producido la venta, Daniel Alves. Pero es que tampoco la normativa nacional e internacional ayuda a ser exagerado en esas cláusulas, porque si al final se acude a un tribunal se podrían ver rebajadas de forma significativa. Bastante hizo el Sevilla con Keita porque el agente del jugador, que antes de firmar por el Sevilla ya sabía que era un jugador del agrado del Barcelona, quería dejar la famosa cláusula en 8 millones de euros, y la gestión de José María Cruz y Monchi hizo que se pudiera estirar hasta los 14 millones, que es la cantidad fraccionada (5 millones al contado y otros nueve en tres plazos de tres) que el conjunto catalán ha puesto sobre la mesa del Sevilla.

Velocidad, la otra virtud que se quiere comprar. Al margen de los nombres que lógicamente se tienen que poner sobre la mesa para darle forma a los proyectos, está la idea que se quiere aplicar con esos nombres que se traen. Y Paco Chaparro, para su nuevo Betis, quiere fundamentalmente dos cosas: músculo en el centro del campo y velocidad por las bandas. Se podría decir que ya tiene esa última cualidad en su equipos, porque Mark González y Odonkor son veloces, pero el primero se lesiona mucho y sus suplentes (Xisco, Caffa y Babic) no son demasiado del agrado del ténico. Y el alemán, sencillamente, no le vale a Chaparro (ni a casi nadie). Tampoco son veloces y, además se quieren mejorar, los laterales, para que aporten esa cualidad en el desdoblamiento que se quiere practicar. Porque Chaparro quiere un Betis más fuerte, capaz de presionar con más intensidad, y salir rápido a la contra, nada de posesiones insulsas que no llevan a ningún lado.

La vieja aspiración de Albelda. No parece que el Sevilla vaya a ser uno de los conjuntos que puje por David Albelda cuando el jugador logre, si es que lo hace, la desvinculación del Valencia, que no lo quiere en el futuro. Pero lo cierto es que el jugador levantino fue una vieja aspiración de un Sevilla de economía de guerra, cuando junto a Palop hacía carrera en el Villarreal, por entonces un equipo que jugaba en Segunda y que se nutría de jugadores de la cantera del Valencia para subir peldaños en el fútbol español. Por cierto, en esos tiempos, Palop y Albelda eran uña y carne, ahora nada de nada, porque el centrocampista se hizo muy amigo de Cañizares, enemigo irreconciable del ahora portero sevillista.

El turismo futbolero. No sé cómo se llama realmente lo que estamos padeciendo (desaceleración o crisis galopante), pero el caso es que hay poco dinero en circulación y por tanto se necesita explicar cómo es posible que unos 10.000 españoles se dieran cita en Innsbruck, ni más ni menos que en el muy católico Tirol austriaco, para algo tan caro como ir detrás de una selección de fútbol, con refrescos a cinco euros y salchichas de plástico a parecido precio o abuso. El caso es que el bolsillo es débil, pero las empresas patrocinadoras de la competición, esos gigantes multinacionales que cuidan el más mínimo detalle, premian así a sus mejores clientes. Gran parte de esos aficionados españoles en el Tirol responden a ese perfil. Coca Cola, por ejemplo, desplazó a cerca de 1.000 de esos incondicionales.

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