Casa Julián, con una cerveza helada y altramuces. / J.C El endémico cainismo hispánico parece que arraiga más en verano, será que la envidia ancestral del íbero fermenta con el calor, deviniendo en odio al prójimo. O será que el verano, estación por antonomasia del sesteo popular, provoca ese aburrimiento con el que el diablo dicen que mata moscas. Así que no sólo entre la denigrada casta política se da el individuo de medio pelo que, salido del barrio y con un nombrecito entre ciertos circulitos de afines, disparan con bala a todo lo que se mueve en un ejercicio muy macho de yo sí que sé de esto y usted no sabe con quien está hablando. El verano, ya digo, es ese tiempo que el tópico tacha de feliz y que, en la mayoría de las biografías, es todo lo contrario. Estación de lecturas ligeras y/o pendientes, como esa Capital del dolor de Paco Umbral que quiso ser la Madrid de Corte a checa roja, pero que se quedó en una sarta de tópicos y mezcla de cosas, en una prosa que parecería brillante a quien no hubiese leído antes el San Camilo de Cela y que, de no ser porque entonces no dispondría el arrogante escritor del corta y pega de Word, parecería que hubiese ido pegando frases y párrafos repetidos a lo largo del libro. Pero todo esto no es sólo patrimonio de los plumillas de izquierda, ni mucho menos, el ser más papista que el Papa, el querer parecerse al maestro consagrado, dando codazos para ocupar el hueco, fijándose en lo peor, la descalificación populista, la apelación al casticismo y viva la madre que me parió, el que se ha creído este niñato, es, por desgracia, ejercicio habitual entre gente que a lo mejor sería algo brillante si transitaran su camino sin meterse en todos los jardines que ellos se creen con derecho a podar. Casa Julián, con una cerveza helada y altramuces. / J.C En esta ciudad de pellis y antipellis, de setas y antisetas, de arrebatados capillitas a los que se les llena la boca con La que vive en no sé dónde y El que todo lo puede y no sé qué y que luego las pillan a cuadritos de gin-tonics llenos de hierba para salir corriendo al hotelito de turno y poner verde a diestro y siniestro, en esta ciudad de radicales comunistas con casa palacio en la calle Pureza que cobran al contado las consultas para no declarar a Hacienda, que se mueren por ir de la almadraba de Barbate a la bodeguita subterránea de la playa de los Alemanes que fue refugio de nazis, se condena a esa tercera España, a esa tercera Sevilla, que lo que quiere es progresar, conservar lo digno de conservar y no tener complejo en adoptar las medidas oportunas para que la ciudad no pierda continuamente los trenes del futuro de empleo y cultura. Lo que a materia gastronómica se refiere en todo este tinglado no es cuestión menor, el turismo es nuestra principal industria y la hostelería la primera actividad de ocio de los sevillanos, por tanto, no es cuestión baladí tomarse muy en serio las diatribas de francotiradores que de todo entienden, o eso piensan ellos, y que, tal vez sin reflexionar el daño que hacen a nuestra primera industria, lanzan sus soflamas de guardianes de la pureza de la raza, en ese juego populista del periodismo castizo que algunos se traen para ganarse el favor de una ciudad que creen anclada en maneras costumbristas. Gente que a lo mejor cree, y está en su derecho, que el paraíso en la tierra es la puerta de una tasca con cerveza ligerita casi helada y unos altramuces, y es incapaz, por formación estética, cultural o por simple mal gusto, de apreciar un plato elaborado con esfuerzo, imaginación y producto de primera. Esto me recuerda la historia de aquel joven profesor universitario que llegó de su ciudad rompiendo esquemas y dándoselas de moderno, para acabar, como todos, de especialista en el Barroco sevillano. Y conste que todo cabe en la viña del Señor, y se puede disfrutar de unas cañas en Coronado y se puede disfrutar de una ventresca en La Azotea, de un cascote en Casa Manolo y de un steak tartar en Tradevo. Criaturas... diversidad, tolerancia, respeto, convivencia, dignidad en la conservación y mesura en la creatividad, si no es tan difícil.