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De Silicon Valley a Cartuja 93

El parque no se ideó tras la Expo 92, sino entre 1986 y 1989, cuando se definió por primera vez sobre el papel.

el 13 oct 2012 / 18:47 h.

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Vista aérea de parte de Cartuja 93 cuando aún estaba en pie, por ejemplo, el Palenque y ya empezaba a generarse actividad en el Parque Científico y Tecnoloógico.

Durante muchos años los sevillanos han mirado hacia la Isla de la Cartuja con nostalgia y melancolía, así como con resignación y tristeza por ver lo que era una Expo abandonada, con jaramagos y losas levantadas, pero lo cierto es que el recinto de la muestra del 92 ha sido uno de los más reutilizados, si no el que más, en la historia de las exposiciones internacionales. Tras el 12 de octubre de 1992, los pabellones se fueron cerrando y comenzó la era de Cartuja 93 que, en contra de lo que se suele pensar, no nació tras la Expo, sino muchos años antes.

Ya en 1986 la Consejería de Obras Públicas y Transportes de la Junta estableció en el Esquema de Ordenación del Área de Actuación Urbanística de La Cartuja que las actividades futuras a localizar en el recinto de la Expo 92 debían ser las que se engloban bajo el concepto de Parque Científico y Tecnológico. Ya se planteaba que debía ser el gran parque metropolitano con "equipos culturales, recreativos, deportivos, científicos y docentes".

Dos años después, la Sociedad Estatal Expo 92 propuso a los países y empresas participantes la posibilidad de construir pabellones permanentes, siempre que su posterior utilización se integrase en el conjunto Científico y Tecnológico. Incluso antes de esto, en el documento de trabajo titulado Un Nuevo Modelo de Exposición, se establecía como uno de los objetivos básicos de la organización del evento la optimización de las redes de infraestructuras avanzas en el recinto como un "atractivo emplazamiento para el establecimiento de centros de investigación y difusión científica y de empresas innovadoras de alta tecnología".

Pese a todas estas buenas intenciones, Cartuja 93 como tal no apareció en los papeles hasta 1989, gracias a un experto de gran prestigio internacional en el campo de las nuevas tecnologías y conocedor del proceso del emblemático Silicon Valley. Manuel Castells, catedrático de Sociología de las Nuevas Tecnologías de la Universidad de Madrid, ya tenía una dilatada experiencia como profesor en Berkeley, donde conoció a Peter Hall, quien le hizo conocer en profundidad el Silicon Valley. Ambos fueron los artífices del Proyecto de Investigación sobre Nuevas Tecnologías en Andalucía, encargado por la Junta a través del Instituto de Fomento de Andalucía. En dicho proyecto se incluía la actuación Proyecto Cartuja 93, la propuesta de creación de un medio de innovación tecnológica para Andalucía en el recito de la Expo 92. Ése es el origen del actual Parque Científico y Tecnológico de Cartuja.

Manuel Castells y Peter Hall definen entonces un nuevo modelo de parque tecnológico inexistente en la época. No era un parque tradicional, se ponía el énfasis no en la producción sino en todo el proceso previo a la fabricación en serie, desde la investigación teórica. Ya entonces diversas multinacionales habían trasladado al Silicon Valley sus centros de investigación y desarrollo, aunque sus centros productivos estuvieran lejos. El objetivo era crear un recinto confortable, atractivo para los investigadores.

Y evidentemente en el recinto de la Expo 92 no tenían cabida, con esa arquitectura singular y un paisaje urbano tan específico, complejos industriales convencionales.Fueron pocos los participantes en la Expo que decidieron construir sus pabellones de forma no efímera: Italia, Chile, Cuba, Puerto Rico, ONCE, Marruecos, Siemens y Rank Xerox.

Pero en el verano de 1992 la dirección general de proyectos y construcción de la Expo 92 evaluó las posibilidades de reutilización de pabellones efímeros y, sorprendentemente, una veintena reunía las condiciones para no tener que derribarlos. A esa veintena de países se les comunicó la posibilidad de permanencia si se garantizaba la reutilización del edificio por parte de alguna empresa española o extranjera que se integrase en el futuro parque científico y tecnológico. De esos veinte candidatos, catorce fueron sede de empresas: Nueva Zelanda, México, Turquía, Corea, Portugal, Santa Sede, Hungría, Austria, Finlandia, Checoslovaquia, Canadá, Kuwait, Mónaco y Fujitsu.

Estos países entendieron que así se quedaban en la memoria histórica de la Expo, ahorraban el coste del derribo y obtenían un ingreso por la venta del edificio que fue de entre 200.000 y 500.000 dólares. Esta oportunidad inmobiliaria habría de facilitar la implantación de las primeras empresas en Cartuja 93, según el ya fallecido José María Benjumea, exdirector técnico del parque. Con todo, el gran día de Cartuja 93 llegó en octubre de 1993, con su inauguración mediante unas jornadas bajo el título de Innovar la innovación.

Cartuja 93 soportó crisis económicas mundiales nada más nacer y hoy, inmersa en otra, la afronta de forma consolidada. Entre 1995 y 1996 el nivel de desarrollo fue lento y empezaron a surgir voces cuestionando el modelo y proponiendo la liberalización de los suelos para otros usos. Pero la reutilización de pabellones permanentes y efímeros compensó la etapa inicial de dificultades financieras. 1998 fue un año de transición y en 1999 llegó el periodo de aceleración. Hoy el PCT Cartuja, que ocupa 115 hectáreas de las 450 de la Isla, tiene una producción equivalente al 10% del PIB de Sevilla.

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