Para que así sea, lo que se destacaba de las vacaciones: viajes a la playa, baños en piscinas, excursiones a otros pueblos y muchos helados. Pero también, y ante todo, revisiones médicas llevadas a cabo por el Servicio Andaluz de Salud, la Clínica Infanta Luisa, la Clínica Santa Isabel, el Colegio de Médicos, el Colegio de Odontólogos y la Facultad de Odontología.
De este modo, los niños de entre siete y dieciséis años regresaban ayer a Bielorrusa, algunos con lágrimas en los ojos, otros con sonrisas nostálgicas, todos con maletas siete veces más grandes que las que trajeron y, lo más importante, con una mayor esperanza de vida: "Al pasar periodos fuera de la zona contaminada por la catástrofe de Chernóbil, la vida de estos pequeños se llega a alargar entre año y año y medio", explica Sandalio.
Así, mientras tachaba los nombres de aquellos que iban facturando su equipaje, el monitor y también familiar de acogida animaba a sus vecinos recordándoles que "el año que viene vuelven". Y con ello volvía a recordar que "los comienzos nunca fueron fáciles": la normativa bielorrusa impidió en el verano de 2009 que pudieran salir del país aquellos niños que lo hubieran hecho en más de tres ocasiones, así como los mayores de 14 años. De ahí, la unión de 28 hermandades y asociaciones de Sevilla, provincia, Málaga, Huelva y Cádiz en la Confederación Santos Cirilo y Metodio, que dio solución al obstáculo. "No es un adiós, es un hasta luego" volvió a ser la frase del aeropuerto. Sobre todo la repetía Nelly, la monitora bielorrusa que acompañaba a los niños: "Sevilla: sol, buena comida. Es vida. Lo que necesitan mis niños", remarcaba con fuerte acento.