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Decepcionado resumen: no dejará huella

El certamen ha cometido errores en la elección de los escenarios y en los programas de mano.

el 30 sep 2012 / 19:43 h.

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No recuerdo una Bienal de Flamenco peor que ésta, que acabó este domingo. Y las he visto todas. Han fracasado casi todos los grandes espectáculos, los de baile principalmente, con errores de bulto a la hora de elegir los escenarios, con lo que hemos tenido que ver el Maestranza medio vacío en más de una ocasión: los espectáculos de María Pagés, de Marina Heredia, de Carmen Linares, y de Rafael Estévez y Nani Paños, entre otros. Cada día de la Bienal debería de ser un acontecimiento, un gran espectáculo, pero no ha sido así.

Más bien al contrario: ha habido muchos espectáculos, de los primeros, que no han dado la talla en un festival que se publicita como el más importante del mundo. Incluso ha habido algunos que han sido una verdadera estafa, como Sortilegio de Sangre o Travesía: el primero, de Fernando Romero, porque no era de flamenco, y el segundo, de Gerardo Núñez, porque anunciaba una cosa y luego fue otra muy distinta. El de Fernando Romero fue impuesto por Diputación de Sevilla, que también ha aportado otro de los pestiños del festival sevillano, Entre el labio y el beso, de Paco Jarana y Segundo Falcón. Con colaboraciones como éstas, quizás sería mejor que Diputación no colaborara en nada en las próximas ediciones.

La Bienal sigue sin estar bien programada, es siempre más de lo mismo, aunque se hable de las aportaciones de Rosalía Gómez en esta edición. Si es por lo del flamenco en la calle, está copiado de otros festivales de flamenco, como el francés de Mont-de-Marsan. ¿Cuáles han sido esas otras aportaciones?

A la hora de programar un festival como la Bienal debería de tenerse en cuenta de una vez por todas que el flamenco es un arte de profesionales, de artistas, que son los que tienen que estar en el festival. Ni la Bienal debe ser la Casa de la Caridad ni emular al histórico programa radiofónico Conozca usted a su vecino, sino una muestra a la que cada dos años venga lo mejor de lo mejor en cada faceta: cante, baile y toque.

En esta edición ha habido enchufados, como en todas, y esperábamos que Rosalía Gómez acabara con esta práctica. Ha habido también más relleno que nunca, por esa maldita manía de hacer un festival de un mes de duración, cuando en la actualidad no hay artistas con la calidad suficiente como para programar un mes de Bienal a dos o tres espectáculos por noche.

Para ello han tenido que rellenar con intérpretes que -lo digo con el respeto que merece todo aquel que se sube a un escenario- están poco preparados para actuar en un festival como el sevillano. La Bienal no debería establecer categorías entre los artistas a la hora de programar los distintos conciertos, y sigue haciéndolo.

No es de recibo que se le diera el Lope de Vega a Gerardo Núñez para que diera el concierto de siempre, y no a La Moneta, que estrenaba un espectáculo, o a José Valencia, que presentaba su primer trabajo discográfico, Solo flamenco. Por poner otro ejemplo lamentable, el de Pedro Sierra y La Tobala, cuyo espectáculo hicieron coincidir con la entrega del Compás del cante en el Real Alcázar.

Y el de Joaquín Grilo. Podría poner otros muchos ejemplos, pero aburriría al lector. Luego están esos pequeños detalles que hacen que un festival sea absolutamente serio y dé la imagen que tiene que dar tanto a los de dentro como a los de fuera. Los programas de mano, por ejemplo. En casi ninguno venía el repertorio, y esto es intolerable. Ni la duración de los espectáculos. Para ese nuevo público que se ha incorporado a la Bienal hubiera sido fundamental porque una buena manera de iniciarse es saber en cada momento lo que canta el cantaor, lo que baila la bailaora o lo que toca el guitarrista.

El flamenco, cuando se conoce, se disfruta más y mejor y el aficionado aprende lo básico para poder tener criterio. Pero eso no interesa en la Bienal. Lo que interesa es un público poco exigente, que compre entradas y que lo aplauda todo, lo bueno y lo malo, a compás o fuera de compás.

Y hablando del público, es quizás lo más positivo de esta Bienal. Ha habido mucho público en el festival sevillano, y eso es siempre una buena noticia. Razón de más para que se hubieran hecho las cosas de otra manera, y no como se han hecho.

Por último, está el resultado artístico, que eso es ya algo meramente subjetivo. Sobre eso ya he dicho todo lo que tenía que decir. La opinión sobre lo que he visto y escuchado está en La Gazapera . Lo que no he podido ver ni escuchar no ha sido por falta de interés por mi parte. No soy yo quien programa tres y hasta cuatro espectáculos por noche. Por llamarlos de alguna manera, claro.

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