Declarado inocente de violación un vecino de Mairena del Alcor tras sufrir un calvario

Carlos Sánchez Rodríguez cuenta el infierno por el que pasó tras haber estado en varias cárceles por un delito que no cometió. 

el 02 abr 2011 / 15:13 h.

Carlos Sánchez Rodríguez muestra un periódico con la noticia sobre su detención.

Tal es la condición de la miseria humana que el dolor es su sentimiento más vivo. Dolor que atisba un rayo, el de la esperanza por construir un nuevo futuro lleno de vida y bienestar, que tiene Carlos Sánchez Rodríguez, de 36 años y vecino de Mairena del Alcor. Sin embargo, le sobran los motivos para no creer ya en la justicia. Fue acusado falsamente de violación en Noruega y un error de la justicia hizo que pasara más de seis meses en varias cárceles. Temió por su vida e incluso llegó a estar a punto de quitársela. Pero ahora se atreve a contar su historia.

“Han manchado mi nombre y los medios de comunicación me han dado una escoba para que lo barra yo solo”, es la frase que más repite. Ese estigma le arruinó a él y también el negocio de su novia, una pizzería ubicada en El Viso del Alcor, que antes iba viento en popa. La gente no entiende de presuntos ni supuestos y rápidamente dicta su sentencia.
Su pesadilla comenzó en 2008. Se encontraba desesperado y desempleado. Un mal día recibió la llamada de un viejo amigo que conservaba de su anterior estancia en Noruega, donde había trabajado como mecánico. Le ofreció un trabajo y no lo dudó ni un instante.

Pronto las cosas comenzaron a ir mal. Trabajaba a destajo, pero no cobraba lo que habían acordado. “Un día me cansé, y le dije que o me pagaba o me volvía a España”. Entonces empezó todo: la novia de su jefe lo acusó de violación. “Será mejor que la llames y le ofrezcas 20.000 coronas para que no te denuncie, porque ahora mismo va a la comisaría”, le dijo. No solo no cobraría jamás los 20 días trabajados, sino que además estaba siendo víctima de un chantaje.  

Cree que quien fuera su amigo ideó una trama para no tener que pagarle. “Se demostró en el juicio que entre las 10.00 horas, cuando presuntamente la violé, y las 12.00, cuando puso la denuncia, se produjeron múltiples llamadas entre ambos”. Tras pasar un día en el calabozo y declarar, se vio sin dinero ni amigos en una tierra desconocida, por lo que se volvió inmediatamente a España. El caso fue archivado por falta de pruebas. El joven jamás pensaría lo que luego se le vendría encima.

Una mañana recibió en la casa de sus padres una carta proveniente de un juzgado noruego, y escrita en escandinavo. “No sabía qué decía exactamente, pero firmé porque supuse que sería para poner fin a aquel fatídico día, pero mucho tiempo después, atando hilos en la celda, comprendí que firmé una citación para declarar ante un juez”. La supuesta víctima se buscó a una amiga para que testificara a su favor y habían reabierto el caso.

“La fiscalía española debió traducir aquella citación, tal como marca la legislación, y no lo hizo”, cuenta. Esa firma y la posterior incomparecencia le costó una orden de busca y captura dictada por la Interpol por una supuesta “fuga”. Pero él no era un prófugo al uso. Cuando la Udyco lo detuvo, estaba en casa.

Fue a prisión preventiva a la espera de juicio, por supuesto riesgo de fuga. Pasó 15 días en Sevilla-1, muy cerquita de su casa, donde sin embargo vivió su etapa más oscura en todo el proceso. Luego fue trasladado a Badajoz y a Valdemoro III, a la espera de ser juzgado. Tenía que esperar seis meses para el juicio por la lentitud de los procesos en España. “Preferí entonces que me juzgasen en Noruega para quedar definitivamente absuelto lo antes posible”, relata.

El 7 de septiembre de 2009 se celebró allí el primer juicio. “Tenía claro que ganaría, pero me condenaron a tres años”, señala, y recuerda que la policía “perdió” pruebas, como las muestras de sangre recogidas de la víctima. Fue a la cárcel de Drammen (Noruega). Cuando todo parecía acabado para él, conoció a un compañero de celda, ex boxeador, que le puso en contacto con su propio abogado. Conocían su historia y le animaron a presentar un recurso contra la sentencia.

El 20 de diciembre de 2010 se celebró un nuevo juicio, arbitrado por un jurado popular, y fue declarado inocente. Quedó absuelto y con derecho a indemnización. Llora recordando la emoción del momento en el que su abogado le susurró al oído que ya era libre. En ese instante, un cúmulo de imágenes agitaron su memoria. Recordó el rostro de su novia, se veía subido en el avión de vuelta, y una palabra inundaba su pensamiento: libre.

UN DAÑO IRREPARABLE. 

Lo que más le duele es la repercusión que la noticia tuvo en los medios de comunicación por el daño que le hizo. La noticia publicada en diversos medios el 27 de mayo de 2010 lo presentaba como un “presunto violador y prófugo de la justicia”. Sus iniciales bastaban para que su pueblo entero y en la prisión de Sevilla-1, donde llevaba preso en ese momento tres días, le reconocieran, lo que dañó su honor.

En el pueblo, sus padres tuvieron que cargar con una cruz que no era la suya. La cárcel tiene sus propias reglas. Y un violador, presunto o no, está sentenciado nada más entrar por su puerta. Por eso, ahora tiene que pasar los próximos años de su vida intentando limpiar su buen nombre, el que nunca tuvo que haberse manchado.

Psicológicamente, asegura que dentro de lo malo está bien, aunque toma diariamente siete pastillas contra la ansiedad, el miedo y la depresión. Espera que el tiempo cure sus heridas. Noruega le ofrece ahora 89.000 coronas –unos 9.000 euros– como indemnización, que él rechaza de lleno. Ha interpuesto una demanda civil contra dicho estado, al que reclama los incontables daños y perjuicios sufridos. “En la mirada de la gente noto ciertas cosas todavía, porque el estigma no se quita de la noche a la mañana”, recalca amargamente.

Lo ve ahora todo desde otra perspectiva, “mucho más elevada”, desde la que observa los problemas cotidianos como nimiedades, mientras intenta rehacer su vida arreglando y vendiendo coches de segunda mano, algo que se le da bastante bien. Y sigue luchando, pese a esta pesadilla, con las mismas ganas de vivir que tendría cualquier joven recién independizado de casa de sus padres.  

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