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Déjenme pensar, necesito hacerlo...

Si por un momento fuésemos capaces de detener nuestra marcha, respirar, tomar asiento, mirar, y simplemente observar lo que pasa a nuestro alrededor. ¿Qué veríamos? ¿En qué centraríamos nuestra atención? ¿Hacia dónde dirigiríamos nuestra mirada?

el 15 sep 2009 / 05:00 h.

Si por un momento fuésemos capaces de detener nuestra marcha, respirar, tomar asiento, mirar, y simplemente observar lo que pasa a nuestro alrededor. ¿Qué veríamos? ¿En qué centraríamos nuestra atención? ¿Hacia dónde dirigiríamos nuestra mirada? ¿En qué medida se detendría en aquello que nos es familiar, que acontece cada día? Probablemente, lo más íntimo, intrascendente para el resto de los mortales, pero común a todos ellos, invadiría casi todo el espacio. Los problemas con mayúsculas, están en otro lugar, configuran un universo propio. Los cambios en el clima, las catástrofes naturales, la amenaza nuclear, la debacle financiera, la crisis alimentaria, la aventura genética, las guerras, el terrorismo?, todas ellas, poderosísimas fuerzas que nos desbordan y ante las que al parecer podemos hacer poco o nada, se presentan ante nosotros, convenientemente enlatadas, a veces en tiempo real, a través de los medios de comunicación. No son, ciertamente, una invención. Estas cosas, desgraciadamente, ocurren con demasiada frecuencia. Podemos percibirlas, y hay quienes directamente las sufren. Son bastante evidentes como para ser ignoradas. Sin embargo, y a pesar de su dramática realidad, forman parte de una especie de espectro visible que responde a causas invisibles. Son el resultado de lo que Anthony Giddens denomina incertidumbres fabricadas, que se traducen en una suerte de irresponsabilidades organizadas, en palabras de Ulrich Beck, ante las que nadie parece dispuesto a asumir sus consecuencias.

Todas y cada una de ellas son el resultado de decisiones concretas, tomadas por individuos concretos. Pero, lamentablemente, quienes las adoptan se suelen desentender de sus efectos. Es más, unas y otros se suelen concebir como ámbitos separados. El divorcio existente entre las decisiones adoptadas y las consecuencias no deseadas, que se derivan de ellas, establece una especie de inmunidad ante la irresponsabilidad institucionalizada, que lejos de reducir los niveles de riesgo los aumentan. Son el resultado de nuestra incapacidad para aceptar el desconocimiento obligado, fruto de nuestra ignorancia, que nos conduce hacia iniciativas de resultado incierto. Vivimos en un mundo complejo que exige altas dosis de responsabilidad. Nuestra eterna imperfección, requiere sentido del límite. Los expertos deben bajar de la nube tecno-científica a las tablas del escenario de la vida. La separación entre las representaciones del mundo vivido y el percibido, entre el devenir cotidiano y las amenazas globales, conduce a un desapego, a una sensación de impotencia y cierto nihilismo, a un exceso de negatividad y desesperanza. A esa "actitud de indiferencia en la cual todo es posible y nada es cierto" (Erich Fromm, 1983). Déjenme, pues, que me tome un tiempo, déjenme pensar por mí mismo, denme la opción de elegir, concédanme el derecho a equivocarme, permítanme reflexionar antes de decidir, déjenme pensar en voz alta que puedo decidir, que debo hacerlo. Es un ejercicio interesante y poco costoso, en realidad no cuesta nada.

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