Cualquiera que se haya acercado alguna vez al mundo del manga o el animé ha tenido que oír hablar forzosamente de Osamu Tezuka. Nacido en Osaka en 1928, el que se ha venido en llamar Padre del manga (o incluso Dios del manga) se inició en el mundo del cómic con tan sólo veinte años y mediante La isla del tesoro (editado en nuestro país por Glénat).
De tremendo éxito en su país, a ella pronto seguirían otros trabajos que, muy influenciados por la estética Disney, irían cimentando la inmensa fama que el autor cosechó en su tierra natal, pudiendo destacar entre toda su producción tíulos como La princesa caballero (que se convirtió en la recordada serie de televisión Chop y la Princesa), Black Jack (publicadas ambas por Glénat), Buda, Adolf, El árbol que da sombra, MW o Fénix (estas cuatro últimas editadas por Planeta DeAgostini) y, cómo no, Astroboy.
Adaptada ahora a la gran pantalla (al igual que ya lo fuera su Metrópolis a principios de la década), Astroboy enclava su acción en Metro City, un mundo futurista en una reluciente metrópolis espacial, en el año 2108. Allí conoceremos al brillante científico Tenma, que tras perder a su hijo Toby, intenta reemplazarle con Astroboy, un robot con cuerpo de niño y sentimientos humanos dotado de extraordinarios superpoderes: visión con rayos X, una gran inteligencia artificial y cohetes en sus botas y brazos.
El corazón de Astroboy está formado por el Núcleo Azul, una fuente de energía positiva extremadamente poderosa que le convierte en el objetivo principal de las tropas del militarista Presidente Stone, obsesionado en obtener el Núcleo Azul para crear el robot Pacificador, quien a pesar de su inofensivo nombre ha sido diseñado como un robot para dominar la tierra. Pronto Astroboy se embarcará en un viaje lleno de aventuras para enfrentarse a su identidad y a su destino: salvar la Tierra.