TEATRO La punta del iceberg *** Escenario: Teatro Lope de Vega, 23 de octubre. Autor: Antonio Tabares. Producción: La Abadía. Dirección: Sergi Belbel. Intérpretes: Nieve de Medina, Eleazar Ortíz, Montse Díez, Luis Moreno, Pau Durà, Chema de Miguel. Tres empleados de una empresa multinacional se suicidan casi a la vez. Una ejecutiva llega a la oficina para averiguar si las condiciones laborales han influido en esa triple tragedia. Es el arranque de esta obra, con la que Antonio Tabares se afirma como una promesa de la dramaturgia actual. A finales del siglo XIX Emile Durkheim demostró que el suicido puede llegar a ser un hecho social en las sociedades capitalistas. Este sistema potencia el individualismo y la competitividad hasta extremos dañinos para la psique humana. Eso, unido a la incorporación de la mujer al mundo laboral, ha incidido en la desintegración de la familia. Todo ello planea sobre esta obra, cuya historia se adentra en las relaciones humanas hasta demostrar que es imposible dividir la vida personal de la laboral. Otro de los aspectos que destaca en el relato es el fracaso al que el capitalismo nos aboca de una manera o de otra. Sobre todo a las mujeres, quienes para triunfar en el trabajo se ven obligadas a renunciar a la maternidad, con la carga de frustración que ello conlleva. No en vano el de supervivencia es uno de los pocos instintos que conserva el ser humano. Tal vez por eso el autor trata este tema no solo con la protagonista, a quien describe como la típica ejecutiva soltera y sin hijos, sino también con el otro personaje femenino, una secretaria que decide abortar antes que arriesgarse a perder su trabajo. Así, Tabares consigue denunciar también otro de los recursos perversos de los que se sirve el sistema: el miedo a la pérdida, pero no de nuestros seres queridos, sino del estatus social. Se trata de una interesante denuncia aunque, tal y como está planteada, no acaba de llegar. Tal vez se deba a que Belbel construye una puesta en escena en la que la insatisfacción y el desasosiego priman por encima de la angustia. La escenografía no es ni conceptual ni realista, la iluminación se limita a recalcar el ambiente neutro de una oficina y el espacio sonoro se centra en marcar las transiciones con un golpe de efecto. Todo ello define un espacio escénico frío y un discurso poco sincero. Las primeras escenas resultan muy largas, y para cuando los personajes se adentran en sus propios conflictos las emociones no tiene cabida. No obstante, cabe destacar el magnífico manejo de los silencios de todo el reparto, así como su magistral dominio de la contención.