Toda institución pública, cualquiera que sea su origen, funciones e integrantes, merece un respeto y consideración, sobre todo por parte de aquellos que la forman, para un mejor cumplimiento de sus fines y alcanzar un reconocimiento social y una autoridad moral que la prestigien y reduden en la eficacia de su labor cotidiana. Este principio es mas necesario en el Parlamento que en ninguna otra institución.
La democracia representativa tiene su más alta instancia en el Parlamento. En él se reúnen los representantes del pueblo para decidir sobre las cuestiones más trascendentales de la vida política de la comunidad. Por intenso y decisivo que sea el control que los partidos políticos tienen sobre las iniciativas y decisiones parlamentarias, a través de sus correspondientes grupos, no se cuestiona el papel esencial del Parlamento en todo sistema representativo. De ahí que desde sus orígenes, todos los actos parlamentarios estuviesen revestidos de una liturgia, de unos ritos y formalidades encaminados a crear y transmitir una imagen y unos símbolos acordes con el nuevo imaginario democrático y popular. En este ámbito los representantes del pueblo no hicieron más que transformar y modernizar las ceremonias y formalidades utilizadas por la Monarquía y la propia Iglesia.
Incluso, en su ubicación física, se pretendió desde el principio utilizar edificios representativos y ritualizar sus sesiones, especialmente su constitución o la apertura de la legislatura, con la presencia del Jefe del Estado. No hay que olvidar que los debates parlamentarios tienen mucho de representación teatral, en la que los distintos actores juegan su papel y exponen sus ideas y argumentos. Por ello es necesario un director y un reglamento que señale y determine los cauces por los que ha de discurrir la puesta en escena. Ignorar o menospreciar las funciones reguladoras del director o salirse del "guión reglamentario" puede terminar en esperpento o bufonada.
Es lo que ha ocurrido con la actuación de los parlamentarios populares en nuestro Parlamento, Puede comprenderse su indignación por la no comparecencia del Presidente y de varios Consejeros. Para denunciar tal situación los diputados de la oposición pueden utilizar la mayor dureza y rigor que permita la retórica parlamentaria, emplear los términos más duros que estimen oportuno, pero que un partido como el PP, llamado a ser alternativa de gobierno, use una pancartada como método parlamentario y cuestione la imparcialidad de la Presidenta revelan una indigencia política y mental preocupante.
La coherencia, virtud rara en los políticos, es necesaria en el poder y en la oposición, sobre todo en temas institucionales y su práctica proporciona una legitimidad moral indispensable en los momentos difíciles. Me gustaría equivocarme, pero en la vida andaluza están apareciendo comportamientos y manifestaciones generadores de crispación. No es el camino adecuado y la experiencia de la anterior legislatura a nivel nacional ya se vio el resultado que dio a quienes la emplearon sistemáticamente.
Antonio Ojeda Escobar es notario