El suplemento literario de un periódico nacional descubría el sábado pasado a Manuel Chaves Nogales seis años después de que la Diputación de Sevilla publicara sus Obras Completas y bastante más desde que la revista Azotea, de Coria del Río, sacara en formato facsimilar la primera edición de su Juan Belmonte matador de toros, ilustrada por Martínez de León y Bartolozzi. Lo fácil sería arremeter contra unas editoriales que descubren lo que ya estaba descubierto, pero no justo porque ellas cumplen con su obligación empresarial: buscar autores de calidad, imprimir sus escritos e intentar promocionarlos por todos los medios a su alcance.
Es más difícil reconocer la propia incompetencia para llevar al terreno empresarial nuestras figuras literarias y sobre todo nuestra indolencia para ponerlas en valor en su ciudad, por heterodoxa, una saga familiar de características parecidas a los Machado en la que, por poner sólo algunos, además del de Manuel brillan los nombres de su padre, Chaves Rey, y de su tío José Nogales del que, en su muerte, nos dejaría Manuel Machado una elegía: En la hora mala / de tu partida, compañero / nos preguntamos unos a otros / cuando nos tocará a nosotros.
La hora mala de Manuel Chaves Nogales le llegó en el exilio y Londres nunca tuvo el glamour de Colliure. Nadie, por tanto, se acordó de él. Sólo el entusiasmo de algunas personas en la Fundación Luís Cernuda hizo posible el trabajo de sacar a flote, para deleite de unos pocos, sus escritos. Durante décadas el único monumento a su memoria se lo levantó un bibliófilo, Viriginio Japón, rara avis en el país de las aves raras, manteniendo en una casa en la que sólo había sitio para los libros aquel ejemplar de su novela. Esperemos que ahora que lo han descubierto en Madrid, Chaves Nogales florezca en Sevilla.
Antonio Zoido es escritor e historiador
