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Desde el tope del tranvía

La noticia del incremento del precio del autobús en Sevilla me ha avivado el recuerdo como la magdalena de Marcel Proust por el camino de Swann y he tenido que remontarme mucho en mi vida para encontrar la última vez que subí a un autobús.

el 15 sep 2009 / 16:20 h.

La noticia del incremento del precio del autobús en Sevilla me ha avivado el recuerdo como la magdalena de Marcel Proust por el camino de Swann y he tenido que remontarme mucho en mi vida para encontrar la última vez que subí a un autobús.

La primera fue el 1 que salía de Plaza Nueva y daba la vuelta a media Sevilla, como el 6 y el 7 daban la vuelta a la otra media. El 1 me llamaba la atención porque era el único que tenía coches con tres puertas, lo que en mi corta edad era sinónimo de limusina del transporte publico. Entonces, los coches debían frenar muy poco, porque detrás de los autobuses se avisaba: "atención, frenos potentes", lo mismo que por dentro se enseñaba urbanidad: prohibido escupir en el suelo; prohibido comer pipas, prohibido hablar con el conductor. Esto último es el motivo por el que los autobuses de ahora tengan un timbre para pedir la parada, porque no se podía hablar con el conductor.

Todavía entonces el autobús creaba empleo, porque se entraba por detrás y un cobrador cobraba los billetes y me daba los librillos vacíos con los números de la matriz, donde me encargaba de buscar las capicúas como puertas para la buena suerte que siempre he estado buscando. Entonces los autobuses eran azules y convivían con el tranvía. No recuerdo haber entrado en ninguno, pero en los primeros sesenta, poco antes de su desaparición, me subí al tope de uno de ellos y vi pasar mi casa sin poder apearme. Cuando al final lo hice, desanduve más de lo que habría andado sin subirme.

Después hubo otros autobuses, como el 8 negro, que iba a Los Remedios, o el 8 rojo, que llegaba hasta Tablada. Y si no, el mejor de todos: el 13, que iba al cementerio. Después cambiaron todos los números y pintaron los coches de naranja. Yo ya no me volví a montar en un autobús, aunque alguna vez esperé en una parada hasta cinco minutos a que llegara alguno. Ahora son carmesí. Y también hay un tranvía.

Subir ahora el precio del billete, que es por donde empecé, no va a disminuir el tráfico de viajeros, pero tampoco va a eliminar la deuda de Tussam. Este tipo de empresas pierden más cuanto más servicio ofrecen. El precio, además, sirve para equipararnos con las grandes ciudades europeas. Y para evocar recuerdos.

Consultor de comunicación

isidro@cuberos.com

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