Cultura

Después de Antequera

El encuentro de escritores del pasado enero reveló que hay mucho que debatir

el 28 feb 2012 / 21:05 h.

Jonathan Pereira pelea con Jairo, del Racing, en el duelo de ida.
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Hasta los más escépticos, aquellos que creían que el encuentro de escritores celebrado en Antequera los pasados 26 y 27 de enero no pasarían de ser una traca preelectoral, se sorprendieron de la vitalidad de las mesas de trabajo y de la repercusión en los medios. Más allá de la discutible oportunidad del encuentro, fruto de una iniciativa de Rafael Escuredo y la complicidad de Paulino Plata -los primeros sorprendidos con el éxito de la cita-, lo que quedó de manifiesto es que la literatura andaluza tiene mucho que discutir y analizar. Y hacía demasiado tiempo que no se le facilitaba un foro donde hacerlo.

A la espera de que Cultura publique las conclusiones oficiales, parece pertinente señalar, de entre las muchas que se discutieron en la apretada agenda antequerana, algunas cuestiones fundamentales. Por ejemplo, cuál será la política cultural del próximo gobierno de la Junta de Andalucía, en un contexto de grave crisis económica, y cómo afectarán los previsibles ajustes al ámbito literario. El reconocimiento casi unánime a la labor desarrollada en estos años por el Centro Andaluz de las Letras (CAL) debería garantizar una protección especial para dicho organismo, sin perjuicio de que sus dinámicas sean, como todo, susceptibles de mejora.

Otra cuestión espinosa es la relación del gobierno autonómico con las editoriales andaluzas. En los últimos años, la ingente inversión de la Junta en estas empresas a través de subvenciones y facilidades varias no sólo no ha logrado el objetivo de configurar un tejido empresarial estable y eficaz, sino que a la larga algunos sellos sureños de referencia han perdido protagonismo y pujanza en el panorama nacional. ¿Es la solución retirar toda la ayuda pública? Obviamente no, pero sí exigir la máxima diligencia y seriedad a nuestras editoriales, un sector que, salvo honrosas excepciones, se ha caracterizado por su deficiente contabilidad -en la que los autores siempre llevaban las de perder- y una lamentable indolencia. Resultado: el Sur sigue siendo un vigoroso exportador de poetas y prosistas, pero se muestra incapaz de lograr que el talento autóctono repercuta industrialmente en nuestra tierra.

Un hecho llamativo que también puso de relieve la reunión de Antequera es la brecha tecnológica que separa a las distintas generaciones de escritores andaluces que se vieron allí las caras. Esta segregación no tiene tanto que ver con la aplicación de los nuevos medios a las artes literarias, como con la difusión y promoción de las obras, así como a la generación de debates críticos hasta un límite inimaginable hace apenas unos años.

Internet y las redes sociales han desplazado el centro de las controversias -piénsese, por ejemplo, qué lejos quedan las diatribas alrededor de la poesía de la experiencia y de la diferencia, que tanta sangre derramaron hace unos años-, han impuesto nuevas dinámicas de mercado y, lo que parece más grave, amenazan descolgar del candelero a muchos de los nombres que han ocupado un lugar preponderante en el mapa literario español de las últimas décadas. La ausencia en la sierra de Málaga de muchos de los jóvenes nombres andaluces punteros en internet no es buena ni mala, es simplemente un síntoma: de cierta tendencia a la gerontocracia y cierta pérdida del tono de los tiempos.

Sea del signo político que sea, el partido que venza en las urnas el 25 de marzo deberá tomarse en serio a esta familia literaria que, desmintiendo su aparente sopor, demostró el mes pasado que sabe aprovechar las oportunidades. Hasta un manifiesto cargado de buenas intenciones salió de aquella reunión, al que ha venido a sumarse una propuesta de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios (AAEC) y la Asociación Colegial de Escritores (ACE), ambas con epicentro en Málaga y muy decididas a tomar posiciones ante la nueva composición del gobierno.

En lo que casi todos coinciden es en la necesidad de seguir hablando. Con el permiso de la Consejería de Cultura, y cómo no, también la de Economía.

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